sábado, 23 de julio de 2022

Viajes y libros (EPISODIO 8): Diana Guzmán, la lectura como revolución, y la Escuela de Lectores


Diana Paola Guzmán tiene un doctorado en literatura y tiene una trayectoria larga como profesora. Y esta charla es sobre todo acerca de su pasión por la pedagogía y por la historia de las prácticas lectoras en Colombia. Hablamos de lectores revolucionarios, de la lectura como un acto de resistencia y sobre las actividades de la Escuela de lectores (de la que ella es la directora) de Biblored. Conversamos también sobre la lectura en clave LGBTQ+ y en ámbitos diversos. Ojalá puedan ver toda la conversación, puedan darle la oportunidad a algunas de sus recomendaciones, darle like al video y compartirlo.

domingo, 14 de marzo de 2021

Problemas de memoria III (El fin de @Loloelrolo)

 El 3 de enero de 2013 abrí mi computador después de las vacaciones. Me había tomado un par de semanas para descansar del que había sido mi último semestre de la maestría. Lo único que me quedaba era terminar la tesis, entregarla y sustentar. Cuando abrí el computador y se encendió la pantalla me llegó un vaho melancólico: era un olor, una fuerza, una tristeza infinita que me golpeaba desde los documentos que intentaba revisar ese primer día. Eran muchos escritos que había dejado inconclusos el año anterior y que había compartido con Gregorio, los había discutido con él, le había hablado de ellos a él, había trabajado en ellos con él y al leerlos podía escuchar su voz, su risa saltaba de entre las letras y los espacios. Pero ese tres de enero ya no estábamos juntos. Ya no hablábamos, ya no teníamos nada que ver el uno con el otro. 


A Gregorio lo conocí por Twitter, y por eso él es importante para esta historia. Lo que recuerdo es que nos hicimos alguna mención en la cuenta que yo tenía en ese momento @sergioxer y nos terminamos riendo. Comenzamos a conversar y luego salimos a tomarnos una cerveza. Fuimos pareja por unos diez meses. Esa relación empezó como un sueño pero terminó en pesadilla. Gregorio era tremendamente dulce pero estaba enfermo, física y emocionalmente y tenía demasiados problemas. Uno de esos problemas eran sus celos. Llegó un momento en el que yo ya no pude vivir con eso y el primero de diciembre de 2012 terminé huyendo. Este blog está lleno de relatos de esa época porque fue ahí que comenzó.  

Al principio de nuestra relación, el desdichado y hermoso Gregorio y yo nos comunicabamos por Twitter. Por ahí hablábamos todo el tiempo, nos enviabamos lecturas, poemas, fotografías. Eso era bonito, pero eso venía acompañado por escándalos de celos cada vez que yo le hacía una mención a alguien o seguía a alguien. Explotaba con rabia y actuaba erráticamente. Si él leyera esto, diría que no es cierto, pero desafortunadamente yo lo padecí y ese comportamiento se volvió tan recurrente que yo pensé que lo más conveniente era dejar Twitter. Paulatinamente dejé la dinámica trinadora hasta que llegó el momento de abandonar la cuenta, le cambié el nombre, y luego la cerré. 

En diciembre, cuando Gregorio y yo terminamos, me di cuenta del error que había cometido: ahora estaba sin él y sin cómo desahogarme. Y necesitaba poder quejarme y gritar sin afectar a mi familia y a mis amigos quienes ya estaban mamados de mis letanías sobre Gregorio y quienes me había rogado que terminara con él. 

Entonces abrí una nueva cuenta de Twitter. 

Necesitaba un nombre para esa cuenta, algo que no tuviera nada que ver conmigo, un titulo que me permitiera hablar y decirlo todo sin ser visible para que Gregorio me descubriera y me insultara como ya era costumbre. Y así nació @LoloelRolo. 

Empecé a tuitear ahí y a escribir en el blog, escribí y escribí y triné y triné hasta que la gente empezó a llamarme “lolito”. Yo no tenía que existir, porque existía Lolo. Algunos años después Lolo ya era incluso más conocido que yo y empecé a aprovecharme un poco de su popularidad incipiente y sus seguidores. A la gente le gustaba cómo y sobre lo que Lolo escribía y por eso ahí no solamente conocí a Gregorio. Conversé con muchas otras personas, trabé amistad con muchos otros tuiteros, compartí con muchos otros, gracias a Lolo algunos de mis escritos fueron publicados en México, muchos de los grandes influencers de esta década terminaron siguiéndome y muchos otros odiándome. Porque Twitter es algo así como un gran colegio lleno de estudiantes de todo tipo. Una especie de cárcel iluminada en la que todos tus miedos, tus deseos, tus ilusiones, todo, se encuentra con los demás. Y los demás (incluyéndome) no tienen reparos en contestarte y, si es el caso, posar lo peor que tienen en ti. Y en eso se me fueron 8 años de anonimato, hasta la semana pasada cuando Twitter me suspendió la cuenta.

He enviado mensajes solicitando que revisen mi caso pero eso no ha valido de nada, y según lo que he leído e investigado, no valdrá de mucho. Me da tristeza perder los 3500 seguidores que había conseguido sin empelotarme y sin hacer trino tras trino pueril sobre sexo o sobre penes; me da rabia tener que dejar atrás todos esos años de escribir constantemente sobre mi vida. Pero no hay de otra: la era de Lolo el Rolo se terminó. Desapareció de la línea temporal de todo Twitter, absolutamente todo lo que ya había dicho, toda la evidencia de la existencia de alguien llamado Lolito, sus mensajes, sus conversaciones. 

Y esta es una despedida. Me despido de todos esos rollos que me dejó ese tiempo en la red, le digo hasta luego a todas esas personas (unas muy tóxicas y otras no tanto) con las que alguna vez me relacioné. 

¿Volveré a empezar? Probablemente (si no lo estoy haciendo ya). 


jueves, 25 de febrero de 2021

Problemas de memoria (II)

Hace algunas semanas mi mamá me pidió que desocupara su computador viejo, ya le consiguió cliente. Ese computador es un Sony Vaio que trajo de Canadá en el 2009. El pobre ya no tiene batería y se le apaga con frecuencia, pero ella piensa que le puede servir a alguien. 

Hace unos años a ese chéchere envié toda mi información antigua para tener una copia de seguridad. Ahí conservo montones de fotos, carpetas con la tesis de artes en pregrado y algunos archivos de la tesis de maestría, los documentos más viejos que coleccioné después de que terminé la universidad y todas las fotos y documentos que traje de Chile, archivos en formato Corel que probablemente nunca volveré a abrir, fotos de mi época en Inglaterra y montones de música descargada del internet en archivos mp3 que no he vuelto a escuchar. 

Antes de empezar con la labor no me imaginaba que la tarea sería tan grande. Sin embargo, el trasteo resultó no ser algo fácil. Terminé pasando unas 15 horas (y aún no termino) organizando archivos en carpetas, seleccionando entre lo útil, lo de borrar y lo importante, y trasladando lentamente entre el computador viejo y el nuevo la información. Mi objetivo es migrar, finalmente, toda esa información (en muchos casos repetida) a la Tera de seguridad.  

En una de esas transacciones me encontré con una carpeta con nombre My received files. Allí apareció una serie de fotografías en blanco y negro que Juliana, la novia de mi amigo Alejandro, había tomado una noche en que íbamos a ir a una de las fiestas de Halloween que hacía Oscar Ayala en su laberíntica casa. Las fotografías mostraban un escenario preguerra (antes de la gran pelea que tuvimos Willi y yo en 2010 que nos llevó a no hablarnos por dos años), en las que Alejo, Willi y yo aparecíamos improvisando.  Yo llevaba un esqueleto y una peluca negra de los sesenta (un regalo de una amiga italiana de Carlos) e intentaba actuar sorprendido mientras Alejo atacaba a William con un gancho para cortar carne. 

lunes, 22 de febrero de 2021

Problemas de memoria

Ayer regresé de dar una vuelta en la bicicleta a las cinco de la tarde. Hace un par de semanas que decidí que tengo que perder peso y la solución para eso es la bicicleta. He estado montando una hora diaria (más o menos). Me encanta ir a dar la misma vuelta, a la misma hora. He intentado hacerlo más temprano pero me he dado cuenta de que las 4 de la tarde es la hora perfecta. No hace mucho sol y aún no se ha enfriado la tarde por completo. Aunque a veces hay mucha gente en la cicloruta a esa hora no es muy difícil dejarlos atrás. 

Revisé mi celular cuando entré a mi casa y tenía otro mensaje de Angélica. La cuarta nota de voz del día. Habíamos estado pasándonos mensajes toda la tarde. Primero me envió un texto reenviado de alguna persona desconocida que ofrecía empleo y de ahí partimos la conversación. La última nota de voz era sobre otra cosa. Me hablaba de Consuelito, la mamá de una amiga de ella y amiga de mi mamá de toda la vida. Me contaba que la señora había entrado a cirugía en la mañana y que después de terminar el procedimiento no había despertado. Los médicos habían decidido no sacarle el tumor del páncreas porque ya estaba demasiado grande. Era mejor dejarla como estaba, hacer un puente, y cerrar. El panorama no era nada alentador y angélica quería saber si mi mamá ya estaba enterada. 

La escuché reírse en la otra habitación. La decisión de contarle a mi mamá era mía. 

sábado, 22 de agosto de 2020

Ser profesor en medio de la pandemia (Diario del confinamiento)

Hace un rato vi en Facebook una publicación que me dejó pensando: alguien elogiaba a un profesor por su actitud ante los estudiantes e ilustraba su texto con una imagen que decía “si los estudiantes necesitan apoyo o ayuda emocional en medio de la pandemia lo pueden solicitar. También, prórrogas o extensiones para los trabajos o exámenes. Aquí son más importantes las personas que las evaluaciones.”

 

Me pareció una imagen agradable. Una idea muy bonita acerca del apoyo que el profesor debe ofrecer en tiempos de crisis e incertidumbre, como estos, e incluso acerca de la labor que debe cumplir en términos generales. Sin embargo, después de un momento pensé en que ese tipo de anuncio no sería algo que a mí se me ocurriría hacer ahora y tampoco lo habría hecho al principio de la pandemia.

 

Si bien siempre, he procurado mantener abiertos los canales de comunicación con los estudiantes y me gusta conversar con ellos y apoyarlos cuando hay situaciones excepcionales, por mi propia salud mental no hago prórrogas individuales. Para mí es posible negociar y llegar a acuerdos, es importante ser flexible –aún más en una situación como la que estamos pasando– mientras no se irrespeten los parámetros de igualdad de oportunidades y justicia para los estudiantes y mientras eso no imponga una presión innecesaria en mis propios horarios laborales. Es importante ser empático, sí, y escuchar, pero, incluso en estas situaciones de incertidumbre extrema, es importante conservar la estabilidad. 

 

miércoles, 27 de mayo de 2020

El espacio entre las cosas: el ruido y el silencio (Diario del confinamiento)

Al principio de la cuarentena había mucho menos ruido. El 20 de marzo dejaron de sonar los motores de miles de automóviles que se quedaron en su casa. Cientos de rutas escolares llenas de gritos de niños dejaron de circular. No puedo decir que existiera un silencio absoluto pero, por lo menos en las mañanas, no existía el bullicio que ahora ha vuelto a existir.

 

Cuando empezó el aislamiento, y teníamos solo un simulacro obligatorio, sentía mucho miedo. Fueron muchos los días en que la ansiedad no me permitía comer y me atemorizaba el silencio. Dormía poco y daba vueltas en la cama durante la noche. Despertaba extrañado a la hora en que tendría que haber empezado a alistarme para salir a trabajar. La falta del bullicio metálico de los motores me parecía inquietante; me aterraba que la ciudad hubiese dejado de funcionar de esa manera tan abrupta y que, a pesar de que fuese algo que pedimos a gritos por nuestra salud, no nos pudiéramos mover de casa ni salir a trabajar.

 

A las 7 de la mañana era muy poco lo que sonaba. Tan solo se oían algunas personas en la calle, quienes por fuerza mayor no habían podido dejar de desplazarse. Celadores, personal del aseo, vendedores, domiciliarios, policías, médicos y enfermeras siguieron montando en transporte público para ir al trabajo y aún hacían ruido afuera. Pero no eran tantas personas, o por lo menos no las suficientes para llenar las calles del barullo pre-pandemia.  

 

viernes, 27 de marzo de 2020

Diaro del confinamiento: construir un después

3d Gold 2021 Text Effect PSD para descarga gratuitaMiro por la ventana y veo un montón de gente caminando por la calle. No la misma cantidad de gente que vería en un día normal, o antes, pero sí bastante. Bastante, por ejemplo, para lo que vi la semana pasada. Siento que la gente no está muy convencida de que el virus sea algo que le pueda hacer daño. A mi me aterroriza, pero a veces también dudo de que algo real vaya a suceder. Ojalá toda esa gente que está en la calle tenga razón y nos encontremos mágicamente protegidos. Mamá y yo no hemos salidos ya casi en una semana.

Lo que más me asusta es que haya un estallido social, he intentado hablarlo con gente, pero prefiero callarlo porque no tengo ningún control sobre eso. La gente también suele pensar que algo así no sucederá y espero, también, que tengan razón.

jueves, 19 de marzo de 2020

Diario del confinamiento: el privilegio de caminar

Empecé a leer ese libro precioso de Jiro Taniguchi. Una novela gráfica sobre las caminatas diarias de un japonés y las sencillas y divertidas conversaciones que tiene con su esposa. Lo he disfrutado mucho porque los dibujos son impresionantes, puras líneas en blanco y negro. También me ha gustado porque me recuerda, casi en cada página, lo que es andar sin miedo. Ahora reconozco que caminar es un privilegio.

Esta última semana las veces que me he puesto en marcha lo he hecho con afán y con miedo: he ido a hacer compras, al supermercado a buscar cosas para la cuarentena o a acompañar a mi mamá a hacer vueltas de médico. Lo hemos hecho de prisa, como locos paranoicos.  

La semana pasada, antes de que decidiéramos aislarnos y de que el pánico se generalizara con los casos de Coronavirus en Colombia, les había puesto a mis estudiantes dos películas de miedo. Las películas hacían parte de un módulo de terror de una clase de cine y literatura que estoy dictando y las películas son acerca de personas que están encerradas en diferentes circunstancias. La primera es Bajo la sombra, una película iraní sobre una madre y su hija. Las dos se quedan en su apartamento, solas, durante los bombardeos de Iraq a Irán. La segunda es Los otros, la de Amenábar. En esa una madre se queda con sus dos hijos en una mansión, cuando todo el mundo huye de la isla en la que viven durante la segunda guerra mundial. Esta tarde, en una de mis clases virtuales, uno de mis estudiantes me preguntó “¿tenemos que ver las películas?”. No tuve respuesta. La verdad, simplemente esperaba que las vieran porque son dos películas fantásticas que no pensé que fueran a convertirse en un referente tan cercano y en algo así como manuales para el confinamiento.

viernes, 17 de mayo de 2019

Emociones encontradas


Dante me detesta. Hace algunos días que el felino peludo me ha estado atacando. Lo acaricio, lo consiento, le hablo, lo mimo y el me responde siseando con fuerza. Luego, con su pequeña fuerza de patas blancas se lanza a mis espaldas; intenta, con sigilo, agarrar mis piernas por detrás, me lanza sus minúsculas uñas, quiere golpearme. Tal vez intenta defenderse, aunque no entiendo bien de qué si nada malo le he hecho.

Yo, por mi parte, le he agarrado miedo. He desarrollado pánico a su respuesta agresiva a mi cariño. También me temo que en un par de semanas cuando lo lleven al psicólogo diga que todo es mi culpa. Me atemoriza que afirme que no le he permitido sentirse bien en mi casa, que me culpe por sus desgracias, que atestigüe en mi contra y le afirme a la gente que una noche le lancé un cojín cuando se me lanzó a rayarme la cara.

Temo que, por mi culpa, no encuentre sosiego, que yo no logre comprenderlo, que no podamos tomarnos cariño y que con nosotros no encuentre un hogar. Me da susto eso y que al final, Pamela no pueda continuar su viaje tranquila.

Mamá dice que a veces siente el mismo miedo.

¿quiere saber más de Dante? lea el post anterior