El jueves llegué con mi mamá a la casa de los abuelos antes del mediodía, el día estaba gris y llevaba toda la mañana amenazando lluvia. El interior del apartamento de mis abuelos parecía más frío y gris que la misma ciudad. Verónica nos dejó entrar y volvió al lado del abuelo. A su lado estaba mi abuela sentada en el sofá rezando el rosario.
La abuela tenía los ojos vidriosos, pasaba los dedos por la camándula y miraba por la ventana mientras que el abuelo repetía las oraciones llorando profusamente. Verónica, la enfermera, nos dijo que el abuelo había estado en ese estado de ánimo ya por un rato y que le había pedido a la abuela que rezaran. El abuelo decía que tenía mucho miedo porque sentía la muerte muy cerca y también sentía que había sido una mala persona. Él sentía que tenía que aprovechar para rezar antes de que llegara la muerte para así poder irse para el cielo. El abuelo también le había dicho a Verónica más temprano que Tulia y Luzmila –sus hermanas mayores y las que más lo consentían cuando estaba pequeño– habían venido a visitarlo y le habían dicho que pronto se iban a encontrar. De unos años para acá, desde que el abuelo empezó a tomar medicinas para el Parkinson este tipo de visitas se han vuelto frecuentes. Por un rato todo se volvió repetitivo y confuso, la abuela seguía rezando el rosario para calmar al abuelo, Verónica le frotaba las manos para calentárselas.