martes, 26 de enero de 2016

Técnica de seducción infalible (pedagogía de los besos)

Anoche César nos contó a mi y a Wilson que el lugar en el que levantaba más fácil era la piscina. Yo le respondí con una retahíla en la que le enfatizaba que de eso no estábamos hablando, que levantar mujeres en un bar donde pagas por pasar el rato con ellas no valía y que eso no era reto. Le recordé que nos referíamos a levantes de la calle, de los cotidianos. Wilson se rió y me aclaró que su amigo hablaba de la piscina de Compensar, no la otra.

Los primeros recuerdos que tengo de César datan de cuando estábamos en la universidad. En esa época, el 2002, César se hacía llamar Zeus y era un bicho rarísimo incluso para la facultad de artes. Manejaba unos discursos poco digeribles sobre estética y era uno de los artistas más arriesgados que tenía mi generación. Hacía unos videos interviniendo Las Meninas que eran fascinantes y cuando él mostraba en alguna entrega de clase los estudiantes de la escuela de artes rumoraban sobre él y resonaban sobre su trabajo. Zeus andaba con el pelo largo y exhibía unos rulos muy bien cuidados, su pinta era similar a la de Durero en su autorretrato más conocido.

De tanta maravilla de antaño no queda mucho. El gran artista es ahora uno más, un deportista aficionado semi-calvo que va a trabajar todos los días igual que el resto de los mortales. Sin embargo, no ha dejado de ser el mismo tipo dicharachero, delgadísimo  ya tiene un o entretenido.  queda. Sin embargo, no ha dejado de ser el mismo tipo dicharachero, delagadndo. Y ya."rnas. En esasy deportista y conversar con él sigue siendo entretenido. Según cuenta, ya tiene un modus operandi con el que levanta en la piscina de Compensar. “Primero –me contó con una actitud un poco fachera, mientras ilustraba la narración con una serie brazadas y movimientos piscineros— desde arriba miro si hay alguna nena que sea bonita. Si no la hay bajo y me quedo un rato a un lado mientras llega el cambio de turno que es cada media hora.”

lunes, 18 de enero de 2016

Bogotá: ciudad tropical

Una ráfaga de viento azotó las cuatro ventanas del restaurante a donde acompañé hoy a don Rubén a almorzar. Juan David se puso de pie tan rápido como pudo para cerrar las ventanas pero no dio abasto. Se movía de un lado para el otro con la esperanza de agarrar las portezuelas transparentes antes de que se estrellaran pero estas, rebeldes, se le escapaban y golpeaban con rabia los bordes metálicos. Una resultó con un vidrio roto.

Sentí el ruido de los metales chocando y me di la vuelta sin pararme de la silla. El viento se coló al interior del segundo piso del restaurante y tumbó vasos y desorganizó decenas de servilletas que resultaron en el suelo. Afuera, atrás mío, se veía una tormenta de polvo y hojas secas arrancadas de los árboles que rodean la alcaldía. Los troncos exhaustos han renunciado a sostener a sus inquilinas verdes, las han dejado ir por la sequía. A las pobres les falta el agua, caen al suelo y mueren.

Hace tanto calor en Bogotá en estos días que una de las frases más populares es “qué bochorno” y es común ver a la gente en “la nevera” –nombre que le tienen los costeños a Bogotá— vestida con esqueletos, camisetas y sandalias. Los rolos, esos seres acostumbrados al frio y al sol solo al medio día, se los ve cachetirrojos y sudorosos en restaurantes sin aire acondicionado; sufren por la ropa hecha con materiales no aptos para la sudoración y el fervor. Y lo peor es que nadie nos cree, a nadie le cabe en la cabeza que Bogotá pueda ser en una apocalíptica “ciudad tropical (como dice @miguelfarfan).

martes, 5 de enero de 2016

Calamidad doméstica (All weird things considered)


Tengo la imagen muy presente de Mafe cerca al abuelo justo después de que hubiera  muerto. Dijo con claridad 7:43, aunque en el registro de defunción que me enviaron para llevar a la oficina decía 7:55. Sea la hora que fuera, ese momento en que el abuelo dejó de respirar se convirtió en un instante de corte. Marcó un antes y un después en nuestras vidas. Luego sucedieron una serie de cosas que hoy tengo ganas de relatar. Algunas son extrañas, otra son divertidas y otras son momentos que simplemente creo que vale la pena conservar.

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Durante las semanas anteriores a la muerte del abuelo soñé con tres personas que alguna vez fueron importantes para mí. En los tres sueños esos personajes estaban en situaciones de muerte; sobre eso hablé en una entrada anterior. En uno de los sueños Juan estuvo a punto de ser arrollado por un tren; en el otro, a Ron lo picaba un bicho y terminaba en un hospital; en el último Camilo casi se moría pero no recuerdo como.
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