Elvira, Mario, Rosa y Carlos. |
Hoy, al medio día fuimos a almorzar con Betty,
una cuñada de mi abuela, viuda de Augusto, uno de sus hermanos. Betty es uno de
esos personajes que, junto con sus hijos y nietos, ha estado presente en toda
nuestra vida familiar en Bogotá y en el Valle. Desde que recuerdo, Betty,
Claudia y Guillermo nos han acompañado y han hecho parte de navidades, bodas,
bautizos y cumpleaños. Durante el almuerzo mi mamá y Betty conversaban de
lo usual, sobre las viejas amistades, la familia extendida, viajes, las primas,
los hijos de ellas y sus nietos, pero en un momento la conversación llegó a un
punto que me interesaba: la tía Elvira.
Elvira Correa era una de las hermanas de mi
abuela y una de las personas más importantes durante mi infancia. Cuando
estábamos pequeños mis papás solían mandarnos a mi hermano y a mi a pasar
vacaciones en su casa en Tuluá. Ella siempre nos quiso mucho y nos consentía y
se encargaba de nosotros como si fuéramos sus propios nietos.
Elvira murió en 2004, lo recuerdo claro porque
eso pasó cuando regresé de Inglaterra. Mi mamá me contó que había muerto
después de hacer una llamada de teléfono o durante un almuerzo y recuerdo que
me dolió porque no pude hacer más acerca de eso. No pude llamarla, ni conversar
con ella, ni despedirme porque ella simplemente ya no estaba y nadie sabía que
para mí era algo importante.
–¿De
qué murió Elvira? le pregunté a Betty.