viernes, 17 de marzo de 2017

La alegría de madrear


Hace un par de noches iba cruzando la calle 100 para llegar a mi casa cuando una camioneta grande, blanca, giró desde la carrera y avanzando se acercó hacia a mi. El conductor no se detuvo ni se dignó a reducir un poco la velocidad para permitirme cruzar la calle sino que me pitó y continuó avanzando. Me echó el carro encima y siguió como si nada. Yo, un simple peatón cruzando la calle en la noche lluviosa tuve que saltar para que la camioneta no me arrollara. Cuando alcancé el otro lado del andén me detuve, vi pasar el carro, y terminé de sentir cómo mi cuerpo era invadido por un sentimiento de amargura e impotencia. Una sensación que, como peatón, he sentido a menudo últimamente en Bogotá.
El carro siguió avanzando pero como había un pequeño trancón un poco más adelante tuvo que disminuir la velocidad. Ahí fue que yo vi mi oportunidad: salí a correr y me paré justo al lado del conductor de la camioneta, los transeúntes desprevenidos y los demás conductores de carros vieron interrumpidas sus rutinas de conducción y pensamiento por una sarta de improperios lanzados a voz en cuello por mí, “¡hijueputa!, ¿cree que porque tiene un carro es dueño de la vida de la gente? ¿acaso cree que porque tiene una malparida camioneta es dueña de la vía? ¿me mandó encima el hijueputa carro para venir a meterse más rápido en un hijueputa trancón?, !ojalá un día alguien como usted le eche el carro así igualito a uno de sus hijos!"


sábado, 4 de marzo de 2017

Miscelánea de asuntos del sábado: disculpas y absolución.

Yo tengo la extraña idea de que nadie me lee en Twitter. Desde que empecé con esta cuenta siempre he intentado guardar un bajo perfil, nunca me ha interesado mostrar mi rostro y tampoco ha sido mi objetivo crear un red de amigos. Lo único que yo quería cuando inventé a Lolo el Rolo era tener un espacio donde pudiera lanzar madrazos al mundo, expresar mis opiniones y hacerlo lejos de la mirada juzgona de mis conocidos, familiares y amigos. Comprendí a fuerza de golpes el riesgo que implicaba poner mis emociones en público y por eso decidí reservarme mi identidad. Muchos ahora saben quién soy pero hasta ahora –incluso en mis épocas de mayor tráfico y mayor movimiento— me he dedicado a escribir de lo que pienso y a contar historias sobre mi vida sin esperar a que alguien me las valide, ya que en serio pienso que nadie me lee y que no a muchos les importa lo que yo tenga que decir.

Sin embargo, como a veces lo que uno cree no es la realidad, me di cuenta de que alguien sí me leía. En un momento de soledad nocturno se me ocurrió poner un tweet en el que hablaba de dos personas. ¿Qué fue lo que me sucedió en ese instante? Un bache puro de melancolía y debilidad. Y luego alguna persona que me seguía vio el mensaje y decidió mencionar a una de las personas de las que yo hablaba y a su actual pareja. El tweet si hablaba de uno de ellos, pero no sobre el otro. Las dos personas mencionadas por mí no están (hasta donde sé)  relacionadas, pero la persona que los mencionó luego lo tomó así.