La semana pasada fui a conocer a Manuel, un
abogado de 38 años que me hizo reír desde el primer mensaje que me envió. Nos
vimos en la Plaza de Bolívar después de que salí de la librería del FCE y
caminamos hasta el café ese famoso del tipo francés, tan popular ahora, y que
se ha convertido en el lugar cool del centro para ir a pasar el rato.
Conversamos hasta que caímos en cuenta de que
habíamos estudiado juntos al mismo tiempo en la misma universidad y que
teníamos un abanico de gente en común de esa época: amigos de nuestras carreras
y de ciencia política, y antropología y filosofía, jóvenes gais –para ese
momento— de los grupos de la universidad, profesores y maestros en común. Eso
hacía parecer que ese encuentro, agendado a través de redes en el internet,
pareciera más un reencuentro de dos viejos compañeros de academia.