sábado, 19 de enero de 2019

El discreto arte de stalkear: el olvido (II)


Hace dos días vi de nuevo a Esteban. Esta vez era un hombre joven que estaba en el Transmilenio, iba de pie junto a una de las entradas del bus. Como en todas las ocasiones anteriores en las que lo he visto, llevaba una prenda de vestir blanca. Esta vez era la camisa; antes había sido una camiseta, o unos tenis, o un saco o una chaqueta, siempre blancos. En esta oportunidad era un tipo alto, no muy gordo y llevaba el pelo seco. Este Esteban tenía un desorden sobre su cabeza y, aunque me encantaría decir que era todo lo contrario al original Esteban quien lo llevaba siempre peinado, no podría comprobarlo. Lo que recuerdo no es suficiente para poder decir que es así. La imagen del verdadero Esteban, esa con la que me encontré en el aeropuerto de San José, quedó encerrada en una pequeña bóveda en mi cerebro a la que no puedo acceder. Lo único que me arroja esa puerta bloqueada es que ese día él llevaba puesto algo blanco.

Gran parte de los detalles que atesoraba de él –el tono de su voz, el color de sus mejillas, la temperatura de los lóbulos de sus orejas, el número exacto de líneas en la palma de su mano izquierda, el patrón de sus pestañas, el color de sus venas bajo la piel en la flexura del codo, la forma exacta de sus dientes, el tono preciso del color azulado de las estrías que tenía en la juntura entre su brazo derecho y el pecho, la forma del mapa que dibujaba la cicatriz en su muñeca izquierda, las arrugas y los lunares en sus pies— han desaparecido del registro de mi memoria. Lo que conservo es una especie de templete vacío sin detalles que llenan otros seres humanos, otros hombres con pelo crespo negro, piel trigueña y ojos negros profundos que aparecen en el paisaje y que se repiten eternamente.

Cada uno de esos hombres tiene un conjunto de características diferentes que observo y memorizo para llenar el vacío del esteban original y además cada uno viene con una historia que llena la narración ausente del Esteban verdadero. Observarlos con detenimiento y leer en sus rostros esas historias me permite completar la ausencia. 

Esteban no existe. Aquello que alguna vez conocí ha desaparecido y su imagen es una colcha de retazos construida con las fotografías de otros. Pero anoche lo vi de nuevo, pasó a mi lado en la discoteca. No llevaba nada blanco. Tenía el pelo liso, las gafas redondas y una camisa de cuadros, la misma camisa de cuadros que apareció esta mañana arrugada junto a la cama de Marco.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hola, ¡por favor comenta!