Dante
me detesta. Hace algunos días que el felino peludo me ha estado atacando. Lo
acaricio, lo consiento, le hablo, lo mimo y el me responde siseando con fuerza.
Luego, con su pequeña fuerza de patas blancas se lanza a mis espaldas; intenta,
con sigilo, agarrar mis piernas por detrás, me lanza sus minúsculas uñas,
quiere golpearme. Tal vez intenta defenderse, aunque no entiendo bien de qué si
nada malo le he hecho.
Yo,
por mi parte, le he agarrado miedo. He desarrollado pánico a su respuesta
agresiva a mi cariño. También me temo que en un par de semanas cuando lo lleven
al psicólogo diga que todo es mi culpa. Me atemoriza que afirme que no le he
permitido sentirse bien en mi casa, que me culpe por sus desgracias, que atestigüe
en mi contra y le afirme a la gente que una noche le lancé un cojín cuando se
me lanzó a rayarme la cara.
Temo
que, por mi culpa, no encuentre sosiego, que yo no logre comprenderlo, que no
podamos tomarnos cariño y que con nosotros no encuentre un hogar. Me da susto eso
y que al final, Pamela no pueda continuar su viaje tranquila.