Durante
los últimos dos días Dante ha estado más conectado con mi hermano: lo acompaña
por la casa, camina con él, se acuesta a su lado; cuando él no está
Dante se acuesta a dormir en su cama y pasa allí la mayoría de horas durmientes
del día. En la noche lo acompaña aunque mi hermano se queja de que el gato se para encima de él en la mitad de la noche a maullar y mirar hacia algún punto en la mitad de la nada.
–¿Será que está viendo a Pamela? se pregunta él.
–¿Será que está viendo a Pamela? se pregunta él.
Cuando
converso con mi hermano hablamos seguido de él. Cuando conversamos con otras personas
casi siempre hablamos del gato y del accidente. Cualquier cosa se vuelve una
excusa para hablar de eso, para narrar una y otra y otra vez los pormenores de
lo que sucedió el 13 de abril después de las 11 de la mañana. Tal vez por eso
decidí empezar a escribir aquí pequeños apartes acerca de eso.
Con
mucha frecuencia puedo escuchar a mamá hablar de aquello por teléfono, dar
actualizaciones del estado de salud de mi hermano a familiares y a amigos y
actualizarlos cuando algo nuevo sucede, cuando alguien relacionado a lo que pasó
nos cuenta su versión. A menudo las personas llegan a casa a visitar y terminamos
reunidos todos conversando sobre eso. Nos miran con asombro y con tristeza. Volvemos a contarlo todo, a repetirlo todo,
indudablemente lo vivimos de nuevo palabra por palabra.
(Tuve
toda la mañana ideas de lo que quería escribir pero cuando llegué a casa y me
senté en el computador no me dieron ganas de escribir nada. Terminé pensando en
esto, en la idea de contar y contar una historia cientos de veces conjurando la
tragedia, aminorando la desgracia, agradeciendo la infinita bondad y
misericordia.)
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