Cuando tenía 15 o 16 años mis papás se
estaban divorciando y yo estaba empezando a entender que los hombres me atraían
emocional y sexualmente. En esa época acceder al Internet no era tal fácil, así
que gran parte de la información que yo obtenía sobre las cosas gay del mundo
venían de los libros o de la parabólica a la media noche. Fue en alguna de esas
noches de insomnio que vi por primera vez Adiós a mi concubina, la
película china de 1993 dirigida por
Chen Kaige. Después de ver la película, me mantuve obsesionado por años
con la historia del niño que no quería ser niña, con el color y las imágenes de
la China de principios del siglo XX y con el montaje, el vestuario, el sonido y
la música de aquello que también en oriente se le llama ópera.
Hasta hace muy poco
en ese país los roles protagónicos femeninos debían ser interpretados
por actores varones. Por esto Dieyi –el hijo de una
prostituta abandonado en una escuela de teatro chino a principios del siglo XX– es obligado a asumir el
rol de las monjas y las doncellas y es castigado cuando no logra recitar los
diálogos femeninos. El protector de Dieyi es Xiaolou, un niño fuerte y
agresivo, quien se convertirá con el tiempo en su hermano de escenario. Xiaolou
crece para interpretar con fama y éxito al gran señor y Dieyi será para siempre
su concubina.
Esta semana volví a ver la película y
reviví la pesada y conflictiva relación de los dos niños. Entre los dos
existirá siempre la imposibilidad del amor aunque su misión sea estar siempre
juntos como gran señor y concubina. Dieyi está enamorado de Xiaolou, pero este
último se casa con una prostituta. La historia de los dos actores
atraviesa el siglo XX, desde la invasión japonesa, pasando por la institución de la
República Popular de China y la revolución cultural maoísta. Esta
película es una obra maestra de la literatura, del cine y de la historia que
recomiendo ver, si es posible, una y otra vez.
La película completa con subtitulos en español se puede ver haciendo clic en la imagen.
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