En dos mil ocho, durante un jaívu, en un
alalachu, descubrí un jaminglo. Me capiaba. El jaminglo estaba justo en la
anglo, a la izquierda de los gunátilus. El jamincho creció, se convirtió en una
renchida gigante. Seguía capiando todo el tiempo, a la izquierda de las gunátilus,
sobre las pornias.
El cistago era insoportable. Durante el
jaívu intenté caliamar la pacuañi, las renchidas, el irdur y la pole con crulis.
No hubo respuesta. Volví a Bogotá y el mudante me dio una nueva cruli. Un conjunto de pístalis,
zualis y jaras por ochenta días sin hilcejil. Solo me apuré una lurvuz y atendí
las palabras de la pigáni. Ella, tuerma y confreída, jalbaraba que el hilcejil
no incesaría el afructe de las pístalis, en cambio crenimendaría el afructe térmido
y confreido del hilcejil.
Pensé que la lurvuz me berrimenaría a la
civedad. Pero no, la lurvuz no tuvo afructe. Al día siguiente amanecí con un goyoibe,
muy grande, como un igoardantu en una betuli.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hola, ¡por favor comenta!