El cliente venía a comprar un par de cigarrillos Marlboro y un dulce. Tenía unos 28 años, el pelo negro ondulado, partido por la mitad. Llevaba la pinta de un estudiante de literatura de los Andes, con los ojos pequeñitos detrás de las gafas hipster y una
chaqueta deportiva. No estaba solo, venía con dos parejas. No detallé a sus
acompañantes porque estaban lejos, esperándolo al otro lado de la calle.
Me pareció muy guapo cuando lo vi con su
pinta de intelectual. Se me ocurrió hacerle la charla y averiguar qué le
gustaba, si leía libros, si escribía o si trabajaba en algún lugar interesante
como una ONG o en una oficina del estado. Pensé en hablarle y comprobar que tan
cierto era todo lo que yo hab ía leído en su apariencia.
Pero en ese momento la realidad me golpeó: yo no era yo.