lunes, 6 de abril de 2015

Las lectoras #relato

Mi mamá y mi abuela son lectoras insaciables. Dedican gran parte de su energía y su tiempo a la sensación de vértigo y a la emoción que produce leer. Mi mamá esta experimentando ahora una pasión renovada por los libros en serie y las sagas. Comienza un libro y lo termina y empieza otro al instante. Luego viene y me cuenta apartes de la narración, me describe con agitación algunos de los paisajes o las locuras de los personajes o la conversaciones o me recomienda que lo lea por lo fascinante que le pareció. Luego vuelve y empieza con otro libro que espera sea igual de maravilloso.
Cuando digo pasión renovada por las sagas me refiero a que antes, en la época en que mi hermano y yo estábamos pequeños, ella siempre lograba sacar tiempo para terminar libros como Caballo de Troya. Uno tras otro consumía los volúmenes del viajero hasta el momento en que dejaron de publicarse. Esos libros, igual que el Conde de Montecristo, la deslumbraban y siempre estaba sorprendida por los sucesos que contenían. Hasta ahora no ha dejado de preguntarse como hizo Benítez para conocer y saber todo eso tan detallado.

Mi abuela ha sido siempre también una mordaz lectora, aunque ahora que mi mamá le esta enseñando a tejer, las sesiones de lectura se ven interrumpidas por el enredo y el desenredo de todo tipos de lanas y por un diminuto tic tac producido por el choque de agujas largas o de crochet. Aún así, siempre ha sido común llegar a la casa de mi abuela y encontrarla concentrada frente al abuelo en la sala con las gafas puestas. Con una mano sostiene un libro y con la otra pasa las paginas con mucha delicadeza. No ha perdido esa maña de mojarse el dedo con saliva antes de pasarlo por las hojas.
Todo lo que a mi abuela le llevan para leer por lo menos lo empieza. Algunas cosas las deja y no las termina. Mi mamá le lelvó el año pasado un libro que ella pensó que era precioso sobre budismo pensando que tal vez le ayudaría a acercarse al tema de la muerte. Leyó un par de paginas y lo dejó, no se rindió a la insistencia de mi mamá y un par de semanas después le confesó que no le había gustado mucho y no lo quería leer. A veces pienso que la abuela Rosita se lo ha leído casi todo, seguro ha pasado sus ojos por la mayoría de lo que se haya escrito en lengua castellana sin permitir que eso cuestione su fe, ni sus dogmas y sin enturbiar su calma. Han sido varias las ocasiones en que alguien pretende no hablar de algún tema en frente de ella, acerca de alguna película o libro controversial como El código Da Vinci y ella  ha saltado a contar con su cara de “me importa un rábano” que ya se ha leído todo eso. Pero no discute mas, no omite opiniones y después de tejer está rezando y leyendo de nuevo.
Mi tía también lee tanto como mi mamá y mi abuela, pero de ella yo no se muchas cosas; se que ella y mi mamá cuando estaban pequeñas leían a escondidas hasta bien tarde, para que el abuelo no las regañara ni las castigara, se que ella si tiene una biblioteca enciclopedias y ediciones sobre física e ingeniería. Ni mi mamá ni mi abuela guardan libros, ni tienen bibliotecas, ellas no guardan casi cosas, tal vez fotos, pero no tienen libros apiñados, solo documentos importantes que no se pueden botar. Las dos leen ejemplares prestados que luego devuelven con puntualidad. Mi mamá saca libros de bibliotecas que luego regresa a sus dueños a tiempo. Los libros para ellas son como amantes que después de haber sido conquistados desaparecen y solo dejan sus cuentos y sus melancolías en las mesas de noche, en las almohadas y los rincones.
Yo estoy aprendiendo a comprarlos y guardarlos para luego ver que leí, tengo una pequeña biblioteca, un rincón en el que se apilan. Esos son los amantes míos que si se quedan y que esperan alguna vez volver a ser acariciados. Esperan a que las conversaciones que guardan –hechas con palabras escogidas con meticulosidad– vuelvan a ser sostenidas. Pero yo se que algún día, ojalá pronto, terminaré vendiéndolos o entregándolos para perder peso y volver a salir de aquí. Me desharé de ellos como me he deshecho de muchos otros, para hacer espacio para mas. 



2 comentarios:

  1. Extrañaba este postre literario, nostalgia y alegoría al diario deambular de un excelente observador, gracias

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  2. Me encantó tu relato. Es conmovedor que recuerdes acciones de la abuela que todos hemos olvidado. Y sí, leíamos a la luz del alba con las persianas ligeramente abiertas para que no se notara la luz. Gratos recuerdos ;)

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