sábado, 22 de agosto de 2020

Ser profesor en medio de la pandemia (Diario del confinamiento)

Hace un rato vi en Facebook una publicación que me dejó pensando: alguien elogiaba a un profesor por su actitud ante los estudiantes e ilustraba su texto con una imagen que decía “si los estudiantes necesitan apoyo o ayuda emocional en medio de la pandemia lo pueden solicitar. También, prórrogas o extensiones para los trabajos o exámenes. Aquí son más importantes las personas que las evaluaciones.”

 

Me pareció una imagen agradable. Una idea muy bonita acerca del apoyo que el profesor debe ofrecer en tiempos de crisis e incertidumbre, como estos, e incluso acerca de la labor que debe cumplir en términos generales. Sin embargo, después de un momento pensé en que ese tipo de anuncio no sería algo que a mí se me ocurriría hacer ahora y tampoco lo habría hecho al principio de la pandemia.

 

Si bien siempre, he procurado mantener abiertos los canales de comunicación con los estudiantes y me gusta conversar con ellos y apoyarlos cuando hay situaciones excepcionales, por mi propia salud mental no hago prórrogas individuales. Para mí es posible negociar y llegar a acuerdos, es importante ser flexible –aún más en una situación como la que estamos pasando– mientras no se irrespeten los parámetros de igualdad de oportunidades y justicia para los estudiantes y mientras eso no imponga una presión innecesaria en mis propios horarios laborales. Es importante ser empático, sí, y escuchar, pero, incluso en estas situaciones de incertidumbre extrema, es importante conservar la estabilidad. 

 

miércoles, 27 de mayo de 2020

El espacio entre las cosas: el ruido y el silencio (Diario del confinamiento)

Al principio de la cuarentena había mucho menos ruido. El 20 de marzo dejaron de sonar los motores de miles de automóviles que se quedaron en su casa. Cientos de rutas escolares llenas de gritos de niños dejaron de circular. No puedo decir que existiera un silencio absoluto pero, por lo menos en las mañanas, no existía el bullicio que ahora ha vuelto a existir.

 

Cuando empezó el aislamiento, y teníamos solo un simulacro obligatorio, sentía mucho miedo. Fueron muchos los días en que la ansiedad no me permitía comer y me atemorizaba el silencio. Dormía poco y daba vueltas en la cama durante la noche. Despertaba extrañado a la hora en que tendría que haber empezado a alistarme para salir a trabajar. La falta del bullicio metálico de los motores me parecía inquietante; me aterraba que la ciudad hubiese dejado de funcionar de esa manera tan abrupta y que, a pesar de que fuese algo que pedimos a gritos por nuestra salud, no nos pudiéramos mover de casa ni salir a trabajar.

 

A las 7 de la mañana era muy poco lo que sonaba. Tan solo se oían algunas personas en la calle, quienes por fuerza mayor no habían podido dejar de desplazarse. Celadores, personal del aseo, vendedores, domiciliarios, policías, médicos y enfermeras siguieron montando en transporte público para ir al trabajo y aún hacían ruido afuera. Pero no eran tantas personas, o por lo menos no las suficientes para llenar las calles del barullo pre-pandemia.  

 

viernes, 27 de marzo de 2020

Diaro del confinamiento: construir un después

3d Gold 2021 Text Effect PSD para descarga gratuitaMiro por la ventana y veo un montón de gente caminando por la calle. No la misma cantidad de gente que vería en un día normal, o antes, pero sí bastante. Bastante, por ejemplo, para lo que vi la semana pasada. Siento que la gente no está muy convencida de que el virus sea algo que le pueda hacer daño. A mi me aterroriza, pero a veces también dudo de que algo real vaya a suceder. Ojalá toda esa gente que está en la calle tenga razón y nos encontremos mágicamente protegidos. Mamá y yo no hemos salidos ya casi en una semana.

Lo que más me asusta es que haya un estallido social, he intentado hablarlo con gente, pero prefiero callarlo porque no tengo ningún control sobre eso. La gente también suele pensar que algo así no sucederá y espero, también, que tengan razón.

jueves, 19 de marzo de 2020

Diario del confinamiento: el privilegio de caminar

Empecé a leer ese libro precioso de Jiro Taniguchi. Una novela gráfica sobre las caminatas diarias de un japonés y las sencillas y divertidas conversaciones que tiene con su esposa. Lo he disfrutado mucho porque los dibujos son impresionantes, puras líneas en blanco y negro. También me ha gustado porque me recuerda, casi en cada página, lo que es andar sin miedo. Ahora reconozco que caminar es un privilegio.

Esta última semana las veces que me he puesto en marcha lo he hecho con afán y con miedo: he ido a hacer compras, al supermercado a buscar cosas para la cuarentena o a acompañar a mi mamá a hacer vueltas de médico. Lo hemos hecho de prisa, como locos paranoicos.  

La semana pasada, antes de que decidiéramos aislarnos y de que el pánico se generalizara con los casos de Coronavirus en Colombia, les había puesto a mis estudiantes dos películas de miedo. Las películas hacían parte de un módulo de terror de una clase de cine y literatura que estoy dictando y las películas son acerca de personas que están encerradas en diferentes circunstancias. La primera es Bajo la sombra, una película iraní sobre una madre y su hija. Las dos se quedan en su apartamento, solas, durante los bombardeos de Iraq a Irán. La segunda es Los otros, la de Amenábar. En esa una madre se queda con sus dos hijos en una mansión, cuando todo el mundo huye de la isla en la que viven durante la segunda guerra mundial. Esta tarde, en una de mis clases virtuales, uno de mis estudiantes me preguntó “¿tenemos que ver las películas?”. No tuve respuesta. La verdad, simplemente esperaba que las vieran porque son dos películas fantásticas que no pensé que fueran a convertirse en un referente tan cercano y en algo así como manuales para el confinamiento.