Ayer regresé de dar una vuelta en la bicicleta a las cinco de la tarde. Hace un par de semanas que decidí que tengo que perder peso y la solución para eso es la bicicleta. He estado montando una hora diaria (más o menos). Me encanta ir a dar la misma vuelta, a la misma hora. He intentado hacerlo más temprano pero me he dado cuenta de que las 4 de la tarde es la hora perfecta. No hace mucho sol y aún no se ha enfriado la tarde por completo. Aunque a veces hay mucha gente en la cicloruta a esa hora no es muy difícil dejarlos atrás.
Revisé mi celular cuando entré a mi casa y tenía otro mensaje de Angélica. La cuarta nota de voz del día. Habíamos estado pasándonos mensajes toda la tarde. Primero me envió un texto reenviado de alguna persona desconocida que ofrecía empleo y de ahí partimos la conversación. La última nota de voz era sobre otra cosa. Me hablaba de Consuelito, la mamá de una amiga de ella y amiga de mi mamá de toda la vida. Me contaba que la señora había entrado a cirugía en la mañana y que después de terminar el procedimiento no había despertado. Los médicos habían decidido no sacarle el tumor del páncreas porque ya estaba demasiado grande. Era mejor dejarla como estaba, hacer un puente, y cerrar. El panorama no era nada alentador y angélica quería saber si mi mamá ya estaba enterada.
La escuché reírse en la otra habitación. La decisión de contarle a mi mamá era mía.
En el mismo instante en que me puse a conversar con mi ella para contarle la noticia le entraron varios mensajes de WhatsApp de los grupos de sus amigas de toda la vida. los leyó tranquila pero le cambió el ánimo. Unas dos horas después la volví a ver sentada mucho más tranquila pero con la tensión alta.
La vida se ha llenado últimamente de momentos así. Gente que se enferma y gente que se muere de covid, generalmente, pero otras enfermedades no faltan. Y cuando recibo esas noticias o me tengo que enfrentar a esas conversaciones siento que me tengo que apagar un poquito.
"Marica, ya son demasiado muertos", le dije a Angélica después de haber conversado con mi mamá. Ella empezó a narrarme a la Consuelito que conocía, lo buena persona que había sido, lo mucho que la había apoyado en su divorcio. “Era… era… era… era… era”. La tuve que interrumpir para pedirle que dejáramos los descargos para cuando en serio estuviera muerta. "Esperemos", volví a escribir en el teléfono.
La chica del horóscopo que consulté esta mañana decía que era buena idea para esta semana conectarme con mi creatividad para desbloquear esa energía que está atrapada y no fluye. Sé que llevo tiempo sin escribir y no estoy muy seguro qué es lo que quiero decir. Me sucede que cuando escribo lo que hago es sobrescribir el dolor. Y duele más porque narrar se ha convertido desde el año pasado en tachonear la tristeza, repetirla, en reescribir el miedo, volverlo a vivir: miedo a que se muera la gente que uno quiere, a que se enfermen los padres, a tener que reaccionar, a todas esas cosas que antes también podrían pasar pero que hora se han vuelto más plausibles.
No he vuelto a escribir porque escribir es repetir las historias de dolor y de duelo y ¿quién le importa leer sobre eso? ¿para qué lidiar con eso ahora?
Alguien más se enferma, alguien más muere y a mí me toca apagar un pedazo de mi. Es algo así como apagar una luz en una habitación que uno cierra para no ver qué hay ahí, pero eso implica dejar muchas cosas allí encerradas.
Ahí he bloqueado emociones y sentimientos e incluso recuerdos.
Hace como dos semanas estaba muy preocupado porque había unas imágenes que se me habían olvidado. Y sin esas imágenes, sin esos recuerdos, había cosas que no podía sentir. La única forma de poder explicar a qué me refiero es con esta imagen: imagínense estar viendo la pantalla del televisor, estar viendo una serie o una película que sabes que te gusta. Pero hay una parte de la pantalla que está opaca. Toda la acción pierde sentido porque hay piezas faltantes. Ahí había algo que era mío, que me gustaba pero que simplemente se había borrado. Exactamente igual que se me borraron las fotos que había recuperado del computador viejo. Se fueron y con ellas todas las emociones que acompañaban los recuerdos. Y eso me dolió mucho porque esos recuerdos, esas emociones, y esas historias eran vitales para mí.
Un día me tocó sentarme y pedirle al universo que me devolviera esos recuerdos y me diera mis emociones. Eran mías. Y pasó unos días después, las emociones volvieron sobre esa parte de la pantalla, pero ahora vuelvo y siento que hay algo que falta. Una pieza que se perdió en ese cuarto oscuro que toca dejar apagado para que el resto funcione. Eso le está trayendo problemas a mi memoria.
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