Hoy tengo cita para que me quiten los puntos de la herida de la cara y aquí estoy sentado en la sala de espera. Conmigo hay otras tres personas con heridas en el rostro, supongo que vienen a que se las revisen también. Me pica.
Hace un rato, cuando llegué a la sala de espera del consultorio una señorita que estaba sentada -y que está aún aquí- se quedó mirándome con cara de perplejidad. Tal vez le pareció rara mi herida y mis parches. Por unos segundos no me quitó los ojos de la cara. Miré para otra parte y luego sonreí.
Ahora ella mira su teléfono y yo escribo en el mío, y yo de vez en cuando me fijo en el parche que ella tiene en la frente.
Me imagino que tal vez nos saludamos, que nos reímos y que compartimos anécdotas de nuestros accidentes. Podría ser que habláramos también de cómo cuando nos descuidamos y no estamos conscientes olvidamos nuestras heridas. Cuando eso pasa nos fijamos en las heridas de otros, sentimos curiosidad, nos burlamos en secreto de sus deformidades, como si no tuviéramos parches y no estuviéramos heridos.
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