jueves, 4 de diciembre de 2014

La profecía del titán #sueño

Casandra se miraba las manos pero no eran las suyas. Cada noche veía las líneas en las palmas y los dedos de un hombre que ella no conocía. Al morir la tarde, su madre la ponía sobre la cama, le contaba un cuento, ella se dormía y veía esas manos que no le pertenecían.

El paisaje en el sueño de Casandra todas las noches era el mismo: la jungla espesa a cada lado de un rio ancho de color tierra, casas de madera al borde del agua, pescadores pobres recorriendo el cauce debajo del sol y un cielo sin nubes, el calor asfixiante, la vegetación desconocida, el olor a humedad, la barca vieja de madera pintada de blanco y azul. Casandra no sabía dónde estaba pero si sabía que el titán Rubén Darío, el dueño de las manos, conocía su paradero y sabía que no debía estar allí. Ella lo sabía porque lo soñaba cada noche. 


Cuando la barca se detenía en la orilla Casandra se despertaba para comprobar que sus manos no eran las del titán, que seguía teniendo doce años, que estaba en su cama junto a sus hermanas en la casa que vivían junto a su padre el mecánico y su mamá la enfermera, en Barrancabermeja. Luego volvía dormir y a ver al titán repasando cada minuto del sueño que ella soñaba pero que él vivía. Desprotegido, vestido de humano, sin su armadura, el titán abandonaba la barca y se adentraba en la jungla, en tierra firme. Los ruidos producidos por los pájaros y los animales escondidos entre la maleza y los arboles ahogaban  la voz del conductor, quien aún desde la barca, intentaba persuadir al titán de que no continuara. 

Sin tener en cuenta las advertencias el titán llegaba a un caserío que olía a fogata, a grasa, a sancocho y a pescado. En la mitad exacta de la pequeña plaza rodeada de casas desoladas y bañado por la sombra de los árboles, Chaverra, el guerrillero que comandaba el frente 34, esperaba al titán; los dos siempre discutían en el sueño, pero Casandra no lograba comprenderlos. La imagen siempre se volvía borrosa y la niña, metida en las manos del titán no podía identificar si intercambiaban manotazos o gestos amables. Al final, Chaverra se llevaba al titán, a Jorge y Gloria sin importarle que tanto ellos como Casandra supieran que su desaparición sería el comienzo de un periodo trágico. 

Muchos años después, sentada en su curul de la cámara de representantes, Casandra leería en su computador la noticia del secuestro de Alzate y recordaría los sueños de su infancia. Igual que cuando estaba pequeña Casandra relataría la profecía con pelos y señales, pero así como al titán, a ella nadie le creería.






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