Pinzón
siempre salía a hacer un mercado pequeño los domingos para el desayuno y entre
las cosas que traía venía siempre La Nación. Los dos esperábamos toda la semana el momento de
abrir el periódico y leer lo que fuera que hubiera escrito. Ese mismo año leí Adios mariquita linda en Santiago y
algunos otros de sus libros. Me gustaba mucho, me sigue gustando y aún conservo
en mi cabeza algunos apartes de las descripciones de los parques y las fiestas en las que loqueaba con sus amigos y sus personajes durante la
dictadura.
Una
mañana mientras caminábamos cerca de la calle Mosqueto, Pinzón se detuvo de
improvisto y saludó a un tipo alto, acuerpado con una pañoleta negra en la cabeza que tenía la cara maquillada. Le dijo “maestro” y algo mas, algo así como que lo admiraba
mucho. Lemebel no le sonrió, le respondió con cordialidad. Su reacción se debía a que no estaba seguro de por qué Pinzón lo saludaba si no lo conocía. Pinzón tenía esa manía rara de saludar a todo el mundo y mirarlos super fijo porque está casi ciego.
Pedro Lemebel se quedó sorprendido por la interrupción y siguió buscando a alguien, nos agradeció, se despidió y siguió caminando por la calle Mosqueto. Yo también estaba en shock pues ahí de pie delante mio había estado el gran escritor, el gran marica al que yo amaba un poquitito y admiraba tanto.
Pedro Lemebel se quedó sorprendido por la interrupción y siguió buscando a alguien, nos agradeció, se despidió y siguió caminando por la calle Mosqueto. Yo también estaba en shock pues ahí de pie delante mio había estado el gran escritor, el gran marica al que yo amaba un poquitito y admiraba tanto.
Lemebel
se murió esta mañana y obvio no seré el primero en decirle “Adios mariquita linda”, pero espero que donde vayas te vuelva a ver, me guardes un puesto. Buscando epitafios me encontré esta foto
de Pedro Lemebel con otro de mis grandes favoritos y maestros Roberto Bolaño. Aquí
la dejo para el recuerdo y la que dice la gente es su su crónica favorita y uno de mis textos predilectos sobre Chile.