Desempolvé el manuscrito que comencé a escribir después de que terminé
el curso con Sebastián, el escritor que tiene el mismo apellido que los dos
hermanos pintores –los hiperrealistas colombianos— y que siempre se me olvida.
Durante el curso Sebastián nos presentó a Bellatin y habló tan bonito sobre él
que salí a comprar El libro paraguayo de
los muertos. Ese libro me gustó tanto que se me ocurrió que podría hacer un
ejercicio parecido y escribir una novela compuesta por fragmentos inconexos a
los que yo les daría sentido.
De mis archivos personales compilé una serie de textos que había
escrito desde que entré a la universidad: cuentos, relatos cortos, trabajos,
dibujos hechos con palabras, diarios de amantazgos y noviazgos. Los imprimí y
los organicé.
Después de una primera lectura surgieron dos aspectos: uno, el libro
tendría una estructura inicial de tres capítulos, que no se llamarían capítulos
sino libros, y dos, la historia sería la relación entre Alberto, un paisa negociante
viajero, y Víctor, un estudiante joven de arte. Los dos personajes estarían
durante ciento cincuenta paginas alejándose y acercándose, queriéndose y
haciéndose daño. Eso no me lo inventé yo, eso me lo dijeron ellos mismos.
Mientras me tomaba un trago el viernes a la media noche y conversaba
con Paula, desempolvé el manuscrito, lo saqué del cajón donde esperaba desde
enero su revisión. Leí el primer párrafo y respiré. Aquel primer aparte aún sin
perfeccionar me confesó que la suya es la historia del abandono.
Lea el número 1 aquí http://lavidadelrolo.blogspot.com/2015/07/1-posibilidades-considerar.html
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