Confieso que cada vez que a mis manos llega un periódico lo primero
que hago es deslizarme hasta la ultima página y mirar el horóscopo. Me gusta
leer las frases de un erudito astral anónimo y, si son generosas, obtener ese
poco de confianza extra necesaria para ir con prosperidad durante el día. Si lo
consulto en la tarde o en la noche, me embeleso corroborando si los presagios
anunciados en los pequeños textos se cumplieron o no. Aclaro que el horóscopo del
periódico no es una herramienta de confiar y no le otorgo peso a la hora de
tomar decisiones. Pero leerlo es entretenido: por un minuto el resultado del
todo no depende de mí, ya viene escrito en las estrellas.
Conocí hace muchos años en el bar el Polo un borrachito que decía que
escribía el horóscopo para un periódico de tiraje nacional. Era un tipo flaco,
mal arreglado y con la cara envejecida. Parecía que merodeaba el mundo con una
maldición encima que se veía a través de sus ojos verdes. Me lo imaginé en la
oscuridad, frente a un escritorio viejo, todas las noches, a la luz de una vela
escribiendo en un cuaderno los vaticinios o las advertencias para las millones
de personas que leían ese diario anualmente. Absurdo. Tendría que escribir al
día doce textos pequeños que se ajustaran a la realidad de los crédulos lectores.
Cuando me dijo que los astros anunciaban que él y yo debíamos estar juntos dejé
de hablarle y no nunca corroboré si lo que decía era cierto o no.
para que profundices en las mañanas y confirmes en las tardes.
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