Hace ya un tiempo perdí la fe en el amor. Entendí que sería mas fácil
vivir si dejaba de esperar a que las personas me ofrecieran las cosas más
básicas para la interacción humana: respeto, consideración, lealtad, sinceridad.
Cuando decidí eso me sentí mas tranquilo. Dejé de cazar personas para
amarlas y dejé de sentirme inadecuado: ya no me volví a comparar con el modelo
del hombre ideal de montones de candidatos que saludaba o me saludaban por
aplicaciones para el teléfono o redes sociales. Las conversaciones incomodas
con desconocidos y la desaprobación quedaron atrás.
Al último de mis pretendientes lo enterré en el pasado y no volvimos a
cruzar palabra. Ahora, de vez en cuando, disfruto del culposo placer de “stalkearlo”
en sus redes sociales y a veces finjo que converso con él mientras camino por
la calle.
“Era horrible cuando me hablabas –le repito— porque se sentía el
compromiso. No conversabas conmigo porque yo te gustara sino porque estabas
acostumbrado a conversar con alguien. Así lo niegues, yo me di cuenta de eso.
Luego me enteré por uno de tus twits de que habías vuelto con tu ex. Lo que me
molestó no fue que volvieras con él e interrumpieras lo “nuestro” (ese affaire
de dos semanas), sino que no me lo dijeras de frente. Eso me demostró que yo no
te importaba lo suficiente como para ser amigos.”
Desinstalé todas mis aplicaciones y dejé hablar del asunto.
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