martes, 7 de julio de 2015

Lo que falta por decir

Verónica renunció a trabajar con mis abuelos para dedicarse a cuidar a su mama. La señora llevaba ya mucho tiempo enferma pero en esa etapa necesitaba cuidado constante. Sin embargo, la semana siguiente de haber renunciado, la mamá de Verónica se murió. Por la familiaridad que teníamos con Verónica –trabajó con mis abuelos por unos cuatro años— mi tío Carlos se ofreció a llevar a mi abuela a la funeraria. Me ofrecí a acompañarlos porque la diligencia era en el barrio Venecia. Era domingo y no había tráfico, no nos demoramos mas de quince minutos en llegar.

Verónica estaba allí con toda su familia, en una funeraria pegada a una iglesia triangular con nombre de santa. El ataúd estaba en la mitad de la última sala,  a donde se llegaba después de atravesar un corredor estrecho que bordeaba un lado de la iglesia. la sala tenía un techo bajito que solo servía para aumentar la sensación de encierro. Alrededor del féretro había varios arreglos florales cubiertos con cintas llenas de letras doradas con los nombres de gente que no reconocía. 


Nos sentamos los tres, mi tío, mi abuela y yo mirando el cofre de madera y dándole la espalda a la iglesia. Rosita, como siempre lo hace en esas ocasiones, empezó a rezar un Rosario. Al rato de haber empezado la oración llegó Consuelo, la enfermera que se queda unas noches en la semana donde mis abuelos para cuidarlos. Se sentó con nosotros y cuando terminó el rosario empezó a conversar con nosotros. La enfermera, con su cara regordetica, sus ojos brillantes y su semblante amable, nos contó que ya había pasado casi un año desde la muerte de su papá y mas, tal vez tres, desde la muerte de su hermano.

-La ausencia nunca desaparece –dijo— solo se hace mayor. Yo invité a comer a mi hermano y ahí sentado le dio un infarto. Un minuto estaba vivo y luego se murió. Lo que mas le duele a uno es lo que uno no les pudo decir. Esas cosas que se quedaron sin hablar—.


La voz de consuelo resonó como tañido de campana en mi cabeza. Me arrepentí de haber ido durante un rato. Entré en estado de ansiedad hasta que volví a aterrizar antes de despedirnos e irnos. En mi cabeza quedan las cosas que aún quedan por hablar, pero que no se pueden decir. Cosas que ya todos saben pero que no se han dicho.




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