La primera semana de enero después del
alboroto de las fiestas fui a visitar a Antonio; unas semanas antes su padre
había fallecido. En la funeraria no tuvimos oportunidad de conversar mucho, el
contacto se limitó a las cordialidades y a algunos detalles de la muerte de don
Antonio. Aunque la familia es numerosa,
en la funeraria tan solo estaba Antonio con su mamá –María del Carmen–, dos hermanas del
fallecido, un par de amigos de la familia y el conductor. Supongo que el resto
de la familia habría de llegar después pero mi mamá y yo nos marchamos antes de
poder verlos.
Cuando pasó la conmoción inicial fui a
visitar a Antonio, mi amigo. Según él a las ocho de la noche ya estaría allí.
Yo sigo teniendo esa manía de ser en extremo puntual, por lo que a la hora en
punto ya estaba allí. María del Carmen me recibió en la puerta de su casa, en
su bata rosada de dormir y me comentó que Antonio no estaba en casa pero que no
tardaría en llegar.
Antonio ha sido mi amigo por cerca de
diez años, desde que lo conozco su familia ha vivido en el apartamento del
barrio Santa Bárbara cerca a la avenida España. Antes de vivir allí, Antonio y
yo fuimos vecinos de barrio sin saberlo, cuando su familia tenía una casa cerca
de la actual estación de Alcalá.
El apartamento en el que vive la familia
ahora está en el séptimo piso de un edificio diseñado por un español –tío o
abuelo de Antonio–, tiene una sala comedor amplia, llena de muebles finos que
da a la calle. En esa sala, frente a la ventana, doña Carmen, madre de María
del Carmen y abuela de Antonio, solía sentarse a mirar la ciudad. El apartamento
completo está llena de pinturas al oleo de paisajes urbanos y rurales de España,
comisionados hace casi veinte años a una pintora pelirroja de la familia,
también llamada María del Carmen, a quien conocí en una oportunidad.
Al atravesar el pasillo principal del
apartamento, se llega a unas escaleras que dan a las habitaciones principales,
pero antes de subir, a la hacia la izquierda, hay un comedor pequeño. Junto a
la ventana, en un biblioteca se puede observar una selección de fotografías de
la familia y de objetos conmemorativos de la madre patria. En ese comedor,
frente a una pecera sobre poblada y un televisor, se sentaba don Antonio todos
los d ías a fumar y a tomar tinto.
María del Carmen me invitó a sentarme
allí mismo y sin que yo me lo esperara comenzó a contarme acerca de la semana
tan pesada que había tenido. “No se de donde saca uno fuerzas para mantenerse
en píe después de que suceden tantas cosas tan fuertes” me dijo mientras se
secaba las lagrimas. La semana anterior a la muerte de don Antonio, doña Carmen
había tenido que ser hospitalizada. Santiago, el hijo de Antonio, trajo del
colegio una gripa que tumbó uno a uno a los habitantes del hogar, al niño,
luego el padre, a las enfermeras, a las personas del servicio, a María del
Carmen, a don Antonio y a doña Carmen. La abuela sufrió un colapso pulmonar
debido al virus y estaba hospitalizada cuando don Antonio murió.
Una semana antes de que doña Carmen
ingresara en el hospital Don Antonio también había sido internado debido a la
delicada condición de sus pulmones. Cuando estuvo ya recuperado pidió que lo
volvieran a llevar a su casa. Se negó a permanecer en el hospital porque quería
regresar a su cama, a sentarse frente al comedor con su tinto, con sus
cigarrillos, sus periódicos y la televisión española.
Antes de irse a la cama, la tarde del 19 de diciembre
don Antonio, de 79 años, entró al baño. La enfermera lo acompañó y se cercioró
de que estuviera bien, pero de allí no volvió a salir con vida. María del
Carmen recibió la llamada de Antoncio, el hermano de Antonio, mi amigo, cuando
estaba en el hospital acompañando a su mamá. Antonio le contó que el papá había
sufrido un ataque y que cuando los paramédicos llegaron ya no pudieron hacer
nada. Con lagrimas María del Carmen me contaba que se sentía afortunada de no
haberlo visto morir; se lamentaba que todo el asunto lo hubiera tenido que sufrir
una de las enfermeras pero, se consolaba por no haber tenido que ver a su
compañero de toda la vida sin vida contra la puerta del baño, con una herida en
la frente que le produjo la caída. María del Carmen terminó de contarme que lo
único que ella pedía en esos días de angustia era que dios no se llevara con
Antonio a doña Carmen. No el mismo día, no al mismo tiempo. Después del funeral
y del entierro, tuvieron que internar a la abuela en un hospital particular
donde le pudieran ofrecer los cuidados que ya en casa no podían.
Antonio llegó con Santiago cuando María
del Carmen terminó de contarme la historia completa de sus últimas dos semanas
y él, Santiago y yo, subimos a las habitaciones. Yo pensé que iríamos al
estudio del tercer piso, como era costumbre, pero Santiago me tomó de la mano y
me llevó a una habitación a la que yo no había entrado nunca antes, esa
habitación estaba casi vacía. En la mitad, junto a una pared donde antes,
evidentemente, estaba la cama, ahora había un sofá. No habían ya mesas de noche
ni objetos que revelaran la presencia de una pareja. En las paredes quedaban las
fotografías de casi medio siglo de vida conyugal que terminó la tarde del 19 de
diciembre.
Después de la muerte de don Antonio, María
del Carmen decidió que no podía dormir mas en esa habitación. Hizo desbaratar y
regaló la cama matrimonial y todo lo que la acompañaba. Ahora duerme en una de las
otras habitaciones, con su hermano o con su nieto. En la alcoba de la pareja
hay ahora un improvisado cuarto de juegos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hola, ¡por favor comenta!