miércoles, 4 de febrero de 2015

Después de la muerte #cuento

La primera semana de enero después del alboroto de las fiestas fui a visitar a Antonio; unas semanas antes su padre había fallecido. En la funeraria no tuvimos oportunidad de conversar mucho, el contacto se limitó a las cordialidades y a algunos detalles de la muerte de don Antonio.  Aunque la familia es numerosa, en la funeraria tan solo estaba Antonio con  su mamá –María del Carmen–, dos hermanas del fallecido, un par de amigos de la familia y el conductor. Supongo que el resto de la familia habría de llegar después pero mi mamá y yo nos marchamos antes de poder verlos.  

Cuando pasó la conmoción inicial fui a visitar a Antonio, mi amigo. Según él a las ocho de la noche ya estaría allí. Yo sigo teniendo esa manía de ser en extremo puntual, por lo que a la hora en punto ya estaba allí. María del Carmen me recibió en la puerta de su casa, en su bata rosada de dormir y me comentó que Antonio no estaba en casa pero que no tardaría en llegar.

Antonio ha sido mi amigo por cerca de diez años, desde que lo conozco su familia ha vivido en el apartamento del barrio Santa Bárbara cerca a la avenida España. Antes de vivir allí, Antonio y yo fuimos vecinos de barrio sin saberlo, cuando su familia tenía una casa cerca de la actual estación de Alcalá.

El apartamento en el que vive la familia ahora está en el séptimo piso de un edificio diseñado por un español –tío o abuelo de Antonio–, tiene una sala comedor amplia, llena de muebles finos que da a la calle. En esa sala, frente a la ventana, doña Carmen, madre de María del Carmen y abuela de Antonio, solía sentarse a mirar la ciudad. El apartamento completo está llena de pinturas al oleo de paisajes urbanos y rurales de España, comisionados hace casi veinte años a una pintora pelirroja de la familia, también llamada María del Carmen, a quien conocí en una oportunidad.

Al atravesar el pasillo principal del apartamento, se llega a unas escaleras que dan a las habitaciones principales, pero antes de subir, a la hacia la izquierda, hay un comedor pequeño. Junto a la ventana, en un biblioteca se puede observar una selección de fotografías de la familia y de objetos conmemorativos de la madre patria. En ese comedor, frente a una pecera sobre poblada y un televisor, se sentaba don Antonio todos los demyo nos sentamos en ese comedor. tos conmorativos de españa.hacia la izquierda hay un comedor pequeño rodeado por una ventana yías a fumar y a tomar tinto.

María del Carmen me invitó a sentarme allí mismo y sin que yo me lo esperara comenzó a contarme acerca de la semana tan pesada que había tenido. “No se de donde saca uno fuerzas para mantenerse en píe después de que suceden tantas cosas tan fuertes” me dijo mientras se secaba las lagrimas. La semana anterior a la muerte de don Antonio, doña Carmen había tenido que ser hospitalizada. Santiago, el hijo de Antonio, trajo del colegio una gripa que tumbó uno a uno a los habitantes del hogar, al niño, luego el padre, a las enfermeras, a las personas del servicio, a María del Carmen, a don Antonio y a doña Carmen. La abuela sufrió un colapso pulmonar debido al virus y estaba hospitalizada cuando don Antonio murió.

Una semana antes de que doña Carmen ingresara en el hospital Don Antonio también había sido internado debido a la delicada condición de sus pulmones. Cuando estuvo ya recuperado pidió que lo volvieran a llevar a su casa. Se negó a permanecer en el hospital porque quería regresar a su cama, a sentarse frente al comedor con su tinto, con sus cigarrillos, sus periódicos y la televisión española.

Antes de  ña Carmen. la por una ventana ya y estaba hospitalizada cuando don Antonio muri don Antonio y doña Carmen. la por una ventana yirse a la cama, la tarde del 19 de diciembre don Antonio, de 79 años, entró al baño. La enfermera lo acompañó y se cercioró de que estuviera bien, pero de allí no volvió a salir con vida. María del Carmen recibió la llamada de Antoncio, el hermano de Antonio, mi amigo, cuando estaba en el hospital acompañando a su mamá. Antonio le contó que el papá había sufrido un ataque y que cuando los paramédicos llegaron ya no pudieron hacer nada. Con lagrimas María del Carmen me contaba que se sentía afortunada de no haberlo visto morir; se lamentaba que todo el asunto lo hubiera tenido que sufrir una de las enfermeras pero, se consolaba por no haber tenido que ver a su compañero de toda la vida sin vida contra la puerta del baño, con una herida en la frente que le produjo la caída. María del Carmen terminó de contarme que lo único que ella pedía en esos días de angustia era que dios no se llevara con Antonio a doña Carmen. No el mismo día, no al mismo tiempo. Después del funeral y del entierro, tuvieron que internar a la abuela en un hospital particular donde le pudieran ofrecer los cuidados que ya en casa no podían.

Antonio llegó con Santiago cuando María del Carmen terminó de contarme la historia completa de sus últimas dos semanas y él, Santiago y yo, subimos a las habitaciones. Yo pensé que iríamos al estudio del tercer piso, como era costumbre, pero Santiago me tomó de la mano y me llevó a una habitación a la que yo no había entrado nunca antes, esa habitación estaba casi vacía. En la mitad, junto a una pared donde antes, evidentemente, estaba la cama, ahora había un sofá. No habían ya mesas de noche ni objetos que revelaran la presencia de una pareja. En las paredes quedaban las fotografías de casi medio siglo de vida conyugal que terminó la tarde del 19 de diciembre.

Después de la muerte de don Antonio, María del Carmen decidió que no podía dormir mas en esa habitación. Hizo desbaratar y regaló la cama matrimonial y todo lo que la acompañaba. Ahora duerme en una de las otras habitaciones, con su hermano o con su nieto. En la alcoba de la pareja hay ahora un improvisado cuarto de juegos.

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