La
semana pasada un amigo caricaturista y cuarentón le preguntó a sus
seguidores en Twitter si creían en las segundas oportunidades. Las respuestas
nunca llegaron. Nadie se molestó en decirle a Miguel lo que todos ya sabemos:
las segundas oportunidades son una mala idea.
Visité a
mi amigo Miguel en su casa de Suba el seis de febrero. Me sorprendió
ver que había aumentado de peso, estaba pálido y ojeroso.
El otrora saludable nadador se había transformado debido a que su marido –el
chico con el que había compartido cobijas, cuentas, comidas y fiestas durante
los últimos tres años– había decidido dejarlo. El pobre Miguel no podía hablar
sin enredarse cuando me contaba que “el Monstro” , como lo llamaba, se había
marchado con todas sus pertenencias justo antes de navidad.
El vacío
que había dejado el novio era evidente. Se había llevado todo lo que alguna vez
le aportó vida y alegría a la casa. Su ultimo rastro visible era una caricatura
hecha por Miguel sobre un cartón viejo de caja con marcador morado. El dibujo
del Monstro estaba puesto de cabeza y servía para cubrir un hueco en una puerta
rota. Miguel parecía no notarlo ya.
Confirmé
ayer que Miguel y el Monstro están de nuevo juntos. Miguel publicó un tweet en
el que afirmaba que esperaba que el muchacho regresara de la universidad para
cenar. Me imagino la cara de ponqué de mi amigo caricaturista, me alegro por él.
Sin embargo mantengo presentes las palabras que me dijo en esa última visita: “aunque
no se porqué todo se acabó, tampoco entiendo porqué seguíamos juntos”. Ante sus
palabras yo no tuve nada que añadir, tampoco nadie honró su tweet con una reacción.
El silencio fue la unánime respuesta.
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