viernes, 6 de febrero de 2015

Voces y sorpresas #relato

El sábado por la tarde fui al centro. Aprovechando que ya había cuadrado con Nicolás que nos encontraríamos allí en la noche me fui a ver librerías, al museo del Banco de la República, a ver unas exposiciones que tenía pendientes, a tomar café. Cuando me quedé sin batería puse el teléfono en silencio y lo puse a cargar mientras leía en uno de los patios de la Casa de Moneda. Con el atardecer el patio se transformó de una manera que yo no recordaba haber visto en muchos años.

A las siete de la noche Nicolás no había aparecido, así que decidí emprender el camino hacia el norte. Pensé en que tal vez Antonio querría hacer algo, pero era muy temprano para llamarlo. Cuando miré mi teléfono tenía una llamada perdida de él. Nos estábamos pensando al mismo tiempo.


Llegué a su casa a las siete y media después de recorrer la séptima en un en uno de los buses duales nuevos, acababa de llover, yo estaba congelado. Nos sentamos en el comedor a conversar, en el mismo comedor donde se sentaba don Antonio antes de morir y donde había conversado con María del Carmen una semana antes. A pesar de la ausencia, las cosas parecían normales.

Antonio y Santiago y su tía habían ido a comprar las sorpresas que les iban a entregar a los niños invitados al cumpleaños de Santiago el día siguiente, así que Antonio me pidió que les ayudara a quitar los precios de lo que habían comprado. Eran juguetes no tan pequeños, me sorprendió la calidad de las cosas que Antonio había comprado. Según él las colecciones de soldaditos, de naves o de armas galácticas para los niños y las princesas bailarinas para las niñas las había conseguido en oferta. En mi época a uno le daban una bolsita de plástico llena de confeti, de muñequitos, de pirinolas, de trompos, de carritos para armar, dulces, libritos con cuentos y prendedores. Me sorprendió la calidad de las sorpresas que mas parecían regalos.


De repente, mientras estábamos charlando, concentrados en la labor de empaque, me entró un dolor de cabeza tremendo. Me sentí aprisionado y no me podía mover. Veía a Sandra despegar los precios, poner las sorpresas en las bolsas y marcar las etiquetas como salida de una película vieja. Lo veía todo como por entre una botella y escuchaba en mi cabeza la voz de una mujer que me decía el nombre de una canción o una frase de una película. Ella lo repetía y lo repetía. Me sentí mareado y tuve que pedirle a Antonio un par de pastillas. No pude entender que era lo que la voz de esa mujer me quería decir.  

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