El viernes, penúltimo día del taller, salimos del Centro de Memoria y
lo acompañé a Merlín –la librería en el centro— a buscar A sangre fría de Truman Capote. Roberto insistió toda la semana que
si queríamos ser periodistas ese es un libro que hay que leer y tener de
referencia en la mesa de noche.
Cuando llegamos al tercer piso de la librería yo estaba agotado y me
senté en una silla de madera en la sala que está a la derecha de la escalera.
Oscar se sentó al frente y comenzó a observar libros de aviación.
-¿Sabe cuanto costaba un curso de vuelo en 1970?- me
preguntó mientras revisaba libro por libro de una pila que estaba junto a la
pared -1000 pesos- se respondió a sí mismo.
Mientras hablaba, el aroma de los miles de libros
viejos acumulados por décadas en los tres pisos de la librería se combinaba con su olor a sudor y a colonia dulce. Llevaba todo el día inquieto por el olor del periodista pero no sabía exactamente a qué me llevaba. Al final entendí que ese era el mismo olor del perfume que mi hermano me había regalado quince días antes por mi cumpleaños.
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