A las doce de la mañana terminé la inducción del trabajo nuevo.
Durante la jornada, Martha -una mujer de mediana edad con la cara redonda y los
lóbulos estirados- nos explicó al señor Quintero, a Adriana y a mi los puntos
básicos de lo que será la labor con ellos.
Cuando terminamos, Martha nos dió un tour de la oficina, nos agradeció y nos dejó ir
a continuar con nuestras vidas. En la recepción el señor Quintero me preguntó
para donde iba y me ofreció arrastrarme hasta la estación de Transmilenio mas cercana.
En el carro le pregunté cómo había llegado a esa empresa y me contó que de
unos meses para acá había estado aplicando a todo lo que había para
traductores, que le servían los trabajos freelance porque necesita trabajar
desde su casa por razones familiares y que le habían pedido que hiciera una
prueba de traducción. Casi un mes y medio después, igual que a mí, lo llamaron a
una entrevista y luego a una inducción.
Hasta ahí la historia era similar a la mía, sin la necesidad de
trabajar desde casa ni los problemas, pero luego continuó contándome algo interesante: hasta el año pasado el trabajo le había funcionado con normalidad.
Tenía muchos clientes y efectivo fluyendo, pero por alguna razón que él no
entendía, el trabajo había decaído y por eso pensaba que lo que
empezábamos hoy valía la pena. Asombrado por lo parecido de su historia a la mía
le respondí que me había sucedido lo mismo y que “aunque sea a ese
precio hay qué hacer.”
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