El sábado fui convocado a celebrar el
triunfo de una grande nueva amiga. La crónica que Hongo escribió con
tanto esfuerzo y delicadeza salió publicada en una revista para caballeros de
tiraje nacional. Junto con el texto –tejido con palabras que describían el más
antiguo oficio del mundo, solo que en el caso de la Hongo sucedía en una
oficina conectada al ciberespacio— aparecía la joven posando para la cámara al
mejor estilo marilinezco, en un atuendo bastante pequeño, pero con su pelo negro y un computador .
La convocatoria de celebración tenía
como centro el apartamento de Camilo, otro gran cronista gastronómico. La niña
Hongo me recibió en la puerta y nos saludamos de abrazo y pico en la mejilla.
Se sentó junto a mi y mirándome con sus inmensos ojitos negros me dijo:
-Tengo una relación de amor y odio con
tu pelo.
La señorita Hongo siempre que me ve me dice eso. Me cuesta creer en ese tipo de
relación. Amar y odiar al tiempo parece un esfuerzo demasiado grande.
Donde camilo comeríamos pizza y
conversaríamos de los triunfos de la periodista. Hacía calor y me quité la chaqueta.
En ese momento descubrí la pasión de Camilo, similar a la mía, por las camisas
blancas manga corta. También su admiración por los pantalones grises y los
zapatos cafés tipo bota, de los que están de moda.
-¿se pusieron de acuerdo? Preguntó la
Hongo después de observarnos de arriba abajo. Nos reímos por un rato, nos
contamos chistes y nos hicimos chanzas. Nos tomamos la foto de rigor junto al
gatito.
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