Hoy fue mi día dos del curso de
natación. Volví a sentir lo que sentí el viernes en mi primer día: que puedo aprender,
que me gusta, que me siento nuevo y que no le tengo tanto miedo. Tal vez lo único
que no me gustó hoy fue que apareció un compañerito nuevo, un señor gordito que
parecía no conocer las normas básicas de organización. El señor simplemente se
pasaba por el frente de todo el mundo y se lanzaba a hacer los ejercicios saltándose
la fila. Además se me ponía al frente o y se me cruzaba con si minúsculo traje
de baño cuando era mi turno para hacer los ejercicios. Me pareció un personaje
inquietante.
Al final de la clase, el último
ejercicio propuesto por el instructor fue pararnos en dos filas y lanzarnos a
la parte honda de la piscina. Teníamos que sostener uno de esos flotadores
tubulares, respirar y mandarnos. Según Leonardo, el profesor -un muchacho
paisa que no debe tener más de 28 años- el objetivo del ejercicio era aprender
a tener confianza en la piscina. Todos los alumnos nos paramos en el borde simplemente
a esperar a que fuera nuestro turno para botarnos al agua. Todos estuvimos por
un buen rato preguntándonos ¿cómo se bota uno al agua? ¿me boto y ya? ¿no hay
mas instrucciones? ¿tengo que hacer algo especial? Mientras tanto el instructor
nos miraba impaciente desde el agua pidiéndonos que nos lanzáramos, que confiáramos.
Insistía en que si algo pasaba él estaba ahí. Una vez que uno se lanzaba al
agua y salía se podía mandar el otro. Yo no me tiré sino hasta cuando vi que el
instructor no estaba distraído y estaba cerca por si algo pasaba. La primera
vez que lo hice simplemente salté, flexioné las rodillas un poquito y me fui. Tengo
grabada la imagen en mi cabeza de las burbujas subiendo alrededor mío y la
superficie de la piscina desde abajo. También recuerdo una sensación de
tranquilidad por haberlo hecho y por saber que en algún momento iba a salir a
la superficie.
El señor gordito siguió atravesándose
por toda la hora de clase. La señora con la que he hecho más confianza me dijo
que yo la había pisado, empujado y magullado en un par de ocasiones. Yo le pedí
disculpas y le dije que había sido sin intención.
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