La escena era un poco confusa como todos los sueños. Yo estaba jugando
con mi hermano y con otras personas a quienes no recuerdo en la calle y de
repente Martin apareció allí, sentado en una bicicleta. Yo interrumpí el juego y
fui a saludarlo. Lo abracé y le dije cosas del tipo que era muy bueno verlo y
que se veía muy bien, cordialidades que le dice uno a la gente cuando se la
encuentra de la nada. Recuerdo que en el sueño cuando lo vi me sentí
genuinamente contento, lo abracé con cariño y volví a grabar en mi memoria su
piel muy blanca y sus ojos marrones. La gente que estaba jugando conmigo no entendía
muy bien que pasaba y esperaban a que yo volviera a jugar con ellos.
La última vez que tuve contacto con Martin en la vida real, no en un
sueño, fue el año pasado cuando me escribió fue para felicitarme por mi
cumpleaños y para contarme que iría a Argentina en enero de 2014. Tenía
planeado, como todos los años, viajar fuera de Estocolmo y pasaría el verano
porteño con Adolf. Luego los dos irían a Sao Paulo. Me preguntó si de
casualidad no planeaba viajar a Buenos Aires para esa época. Le respondí que me
alegraba mucho pero no le dije nada más. Le ofrecí las cordialidades típicas del
caso y no ahondé en el tema ni le hice más preguntas.
A veces me pregunto si Martin logró leer el libro que le regalé en
español. A veces recuerdo la única vez que hicimos el amor. Esperé dos años
desde el primer encuentro para volverlo a ver y para que me invitara a pasar la
noche con él. Estuvimos tomando unos tragos en un bar con Adolf y con otros
amigos de ellos, nos tomamos la mano, nos abrazamos y cuando llegó la hora de
irnos me pidió que me quedara esa noche con él. Esa invitación era el culmen de
una historia que se había quedado detenida en el tiempo. Entramos a la
habitación, nos desnudamos, nos abrazamos y estuvimos besándonos en la cama,
protegidos por las paredes verde oliva, bajo la tenue luz amarilla expedida por
las lámparas imitación baccarat de la habitación del hotel.
De repente sentí como los dos años intermedios entre ese encuentro y el
anterior se me acumularon en la cabeza. Cuando lo tuve desnudo entre mis
piernas el corazón comenzó a palpitarme muy fuerte. Me quedé sin aire y me
sentí por un momento tan estresado que comprendí –por primera vez en mi vida– que
no lograría tener una erección. Tuve que detenerme, obligué a Martin a que
dejara de besarme y me quedé con su saliva en mi cuello, lo alejé de mi cuerpo
y corrí al baño. Allí, completamente solo, tomé un vaso de agua, me quedé
quieto rodeado por las baldosas blancas. Me miré al espejo, observé mi cuerpo y
pensé en la rabia que me producía que no hubiera vuelto a escribirme cuando se
marchó de Bogotá la primera vez. Martin –él sueco que me esperaba desnudo y
excitado en la cama– se fue con mi libro de Laura Restrepo y le tomó dos
semanas escribirme de vuelta para decir que estaba bien. Luego sólo supe de él
en ocasiones intermitentes como años nuevos y cumpleaños. Yo lo olvidé,
después, lo metí en un cajón y lo dejé ir, tan solo para sacarlo cuando Adolf
me preguntaba qué era lo que había sucedido entre nosotros y para que le
actualizara los chismes. Siempre tuve que responderle a Adolf con evasivas
porque no podía explicarle que por dos semanas Martin y yo habíamos estado
enamorados y que cuando se marchó me olvidó. Lo único que Adolf podía decir era
que Martin era un hombre muy extraño, que le tocaba preguntarme a mí por la
situación porque a pesar de que él era su mejor amigo no le contaba sobre esas
cosas. Luego simplemente me consolaba diciéndome que “desde que lo conozco
nunca lo había visto sonreír así, nunca lo había visto tan contento y tan libre
y tan feliz con alguien como cuando estaba contigo”.
Dos años después Martin volvió a Bogotá, y yo no tuve más opción que
volverlo a ver, pero esta vez no se iría sin que hiciéramos el amor. Frente al
espejo esa noche me tomé un vaso de agua, me tranquilicé y olvidé la rabia. Salí
del baño, sonreí y me relajé, de esa manera la sangre que se me acumulaba en el
cerebro y el corazón bajó a mi pene. Martin y yo hicimos el amor hasta que nos
dormimos exhaustos. Cuando nos despertamos lo hicimos de nuevo y luego otra vez por varias horas en la ducha. Me aseguré de exprimirlo completo porque no
tendría otra oportunidad para volverlo hacer.
La última noche que nos vimos fuimos a Theatron con Adolf, Penélope y el chiquillo
argentino que sonreía con los ojos. Bailamos un rato y estuvimos caminando
tomados de la mano como si fuéramos algo. A las dos de la mañana me dijo que se
iba para el hotel porque al otro día tenía que madrugar al aeropuerto. No lo acompañé
como la última vez, no le di ningún libro. Me quedé con Penélope, me tomé el último
trago mientras ella bailaba música electrónica con un grupo de desconocidos.
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