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jueves, 23 de octubre de 2014

Hay alguien en la oscuridad (historias de la abuela)

Una tarde de domingo, de vuelta de una visita que hicimos a Mosquera, mi abuela me contó varias historias de cosas inexplicables. Ese día, con mi mamá fuimos a ver a las hijas de Feliza, la tía de mi abuela, quienes vivían allí desde hacía por lo menos dos décadas. Como tenían años sin verse fuimos toda una tarde a almorzar y a tomar café para que la abuela y sus dos primas pudieran actualizarse en historias familiares.

Consuelo, su esposo y Amparo llegaron a Mosquera hace muchos años a vivir en una casa localizada a unas calles del parque principal. La propiedad de una sola planta comenzaba con un pasillo de unos tres metros de largo que terminaba en un patio interno. El piso y las paredes al interior mostraban la división de la que habían sido objeto; habían sido interrumpidos y aparecían cortados, como si alguien gigante hubiera tajado la casa como se corta un pastel. Un hueco en la una marquesina de vidrio y madera original, devanada hasta la mitad, era el único acceso de aire y luz de toda la propiedad. El patio era la antesala a las habitaciones, a la cocina y al único baño de toda la propiedad.

El lugar se había convertido con los años en un mausoleo de cosas viejas apiñadas; las plantas amontonadas crecían invadiendo el patio y hacían un esfuerzo por llegar al hueco en el techo de donde provenían los pocos rayos de sol. Todo el lugar estaba lleno de una atmosfera selvática, húmeda, protegida en el tiempo por el encierro.