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lunes, 18 de enero de 2016

Bogotá: ciudad tropical

Una ráfaga de viento azotó las cuatro ventanas del restaurante a donde acompañé hoy a don Rubén a almorzar. Juan David se puso de pie tan rápido como pudo para cerrar las ventanas pero no dio abasto. Se movía de un lado para el otro con la esperanza de agarrar las portezuelas transparentes antes de que se estrellaran pero estas, rebeldes, se le escapaban y golpeaban con rabia los bordes metálicos. Una resultó con un vidrio roto.

Sentí el ruido de los metales chocando y me di la vuelta sin pararme de la silla. El viento se coló al interior del segundo piso del restaurante y tumbó vasos y desorganizó decenas de servilletas que resultaron en el suelo. Afuera, atrás mío, se veía una tormenta de polvo y hojas secas arrancadas de los árboles que rodean la alcaldía. Los troncos exhaustos han renunciado a sostener a sus inquilinas verdes, las han dejado ir por la sequía. A las pobres les falta el agua, caen al suelo y mueren.

Hace tanto calor en Bogotá en estos días que una de las frases más populares es “qué bochorno” y es común ver a la gente en “la nevera” –nombre que le tienen los costeños a Bogotá— vestida con esqueletos, camisetas y sandalias. Los rolos, esos seres acostumbrados al frio y al sol solo al medio día, se los ve cachetirrojos y sudorosos en restaurantes sin aire acondicionado; sufren por la ropa hecha con materiales no aptos para la sudoración y el fervor. Y lo peor es que nadie nos cree, a nadie le cabe en la cabeza que Bogotá pueda ser en una apocalíptica “ciudad tropical (como dice @miguelfarfan).

martes, 25 de agosto de 2015

10. Días de mierda


Tengo la boca llena de laceraciones de esas que duelen hasta cuando uno silba. La semana pasada se me ocurrió salir de mi casa un día solo con un saco y esta semana estoy viendo las consecuencias: gripa. No puedo respirar, me duele la garganta. Se me rompieron los dos jeans que tenía y me molesta mucho ponerme la ropa rota. Me miro al espejo o me veo en fotos de extraños y mi pelo parece sacado de los años 90. Converso con mi papá y no entiendo si lo que me está dando es un consejo o si me está ofreciendo una retahíla sobre su pasado sin escucharme. Tengo que hacer un sin fin de vueltas y todas tengo que hacerlas con mi mamá. Hablo con William y se enfurece, me quedo pensando días y días y días en que seguro es por la forma en que pongo las palabras unas con otras que no me entiende. La señora de la oficina no me volvió a llamar. La falta de trabajo y tanto tiempo libre es suicida. Me broto, me da tristeza, siento un vacío gigante, no se para donde va mi vida. Tengo 33 años y soy un barco a la deriva. Llueve.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Ojalá no tengas nunca que obligar un adiós

Me encontré con C. Lo vi desde la ventana del Transmilenio y cuando salí de la estación lo fui a saludar, estaba parado cerca de las taquillas. Fui hasta él, le apreté el brazo, le di la mano y le dije “hablamos”, seguí caminando hacia la plaza de Bolívar.

martes, 10 de septiembre de 2013

La lluvia de la nada

         Venía en el transmi observando a una pareja que venía sentada charlando. El señor tenía una chaqueta verde y una camiseta amarilla y tenía el brazo puesto sobre el respaldo de la silla, como abrazando a la señorita que venía con él. Ella tenía una camiseta blanca y un saco azul de lana, pero encima de todo eso llevaba puesta una sonrisa en los ojos. Sonreía con los ojos y se reía con la boca por todo lo que el señor decía. De repente el bus se llenó de agua. Sin que estuviera lloviendo empezó a llover y por las ventanas del techo y de los lados del bus cayeron sendos chaparrones que  emparamaron a la pareja y la gente que iba en la primera mitad del bus. Yo grité y luego me reí.