martes, 28 de julio de 2015

5. Las edades de Lulú


Cuando tenía 15 años entré a estudiar al colegio Calasanz en la 170 con autopista. Ese lugar se me antojaba gigante, vacío y desconocido. Me costó mucho trabajo adaptarme a estudiar con curas, a los nuevos profesores y a ir a un colegio de solo niños. Sin embargo, en ese mundo extraño hubo un lugar que me recibió desde el principio con amabilidad. Ese lugar se convertiría en uno de mis “parches” favoritos: la biblioteca.
Merceditas, la bibliotecaria, me otorgó al final de mi primer año el privilegio de entrar a la bodega. Allí estaban organizados con precisión y forrados con plástico grueso transparente los ejemplares innumerables de la prestigiosa colección de los Calasancios. De ese lugar extraje sin autorización y, creo, sin que Merceditas lo notara, uno de los primeros materiales eróticos –pornográficos— que leí en mi vida (antes de la era del Internet).
En una revista Cromos salió publicada una lista de literatura erótica; en ella me enteré de la existencia de Las edades de Lulú.  Oh sorpresa, el libro de Almudena Grandes apareció ante mi en uno de los estantes grises. Lo tomé, lo oculté entre mi ropa, lo metí en la maleta con nervios y no lo registré con la confiada bibliotecaria. Estaba seguro de que si ella se enteraba del tipo de libro que ese era, no me lo prestaría.

El ejemplar regresó a su sitio original, sin marcas aparentes, a los dos días. Reapareció en su puesto después de que me devoré todas sus descripciones de actos sexuales soeces que mi imaginación infantil no alcanzaba a construir. Regresó a su hogar cuando memoricé todas las emociones y los sentimientos adultos que tan solo hasta ahora, dieciocho años después, empiezo a comprender.

viernes, 24 de julio de 2015

4. Augurios de papel


Confieso que cada vez que a mis manos llega un periódico lo primero que hago es deslizarme hasta la ultima página y mirar el horóscopo. Me gusta leer las frases de un erudito astral anónimo y, si son generosas, obtener ese poco de confianza extra necesaria para ir con prosperidad durante el día. Si lo consulto en la tarde o en la noche, me embeleso corroborando si los presagios anunciados en los pequeños textos se cumplieron o no. Aclaro que el horóscopo del periódico no es una herramienta de confiar y no le otorgo peso a la hora de tomar decisiones. Pero leerlo es entretenido: por un minuto el resultado del todo no depende de mí, ya viene escrito en las estrellas.

Conocí hace muchos años en el bar el Polo un borrachito que decía que escribía el horóscopo para un periódico de tiraje nacional. Era un tipo flaco, mal arreglado y con la cara envejecida. Parecía que merodeaba el mundo con una maldición encima que se veía a través de sus ojos verdes. Me lo imaginé en la oscuridad, frente a un escritorio viejo, todas las noches, a la luz de una vela escribiendo en un cuaderno los vaticinios o las advertencias para las millones de personas que leían ese diario anualmente. Absurdo. Tendría que escribir al día doce textos pequeños que se ajustaran a la realidad de los crédulos lectores. Cuando me dijo que los astros anunciaban que él y yo debíamos estar juntos dejé de hablarle y no nunca corroboré si lo que decía era cierto o no.

jueves, 23 de julio de 2015

3. Cambiemos de tema


Hace ya un tiempo perdí la fe en el amor. Entendí que sería mas fácil vivir si dejaba de esperar a que las personas me ofrecieran las cosas más básicas para la interacción humana: respeto, consideración, lealtad, sinceridad.
Cuando decidí eso me sentí mas tranquilo. Dejé de cazar personas para amarlas y dejé de sentirme inadecuado: ya no me volví a comparar con el modelo del hombre ideal de montones de candidatos que saludaba o me saludaban por aplicaciones para el teléfono o redes sociales. Las conversaciones incomodas con desconocidos y la desaprobación quedaron atrás.
Al último de mis pretendientes lo enterré en el pasado y no volvimos a cruzar palabra. Ahora, de vez en cuando, disfruto del culposo placer de “stalkearlo” en sus redes sociales y a veces finjo que converso con él mientras camino por la calle.
“Era horrible cuando me hablabas –le repito— porque se sentía el compromiso. No conversabas conmigo porque yo te gustara sino porque estabas acostumbrado a conversar con alguien. Así lo niegues, yo me di cuenta de eso. Luego me enteré por uno de tus twits de que habías vuelto con tu ex. Lo que me molestó no fue que volvieras con él e interrumpieras lo “nuestro” (ese affaire de dos semanas), sino que no me lo dijeras de frente. Eso me demostró que yo no te importaba lo suficiente como para ser amigos.”
Desinstalé todas mis aplicaciones y dejé hablar del asunto.


miércoles, 22 de julio de 2015

2. El abandono


Desempolvé el manuscrito que comencé a escribir después de que terminé el curso con Sebastián, el escritor que tiene el mismo apellido que los dos hermanos pintores –los hiperrealistas colombianos— y que siempre se me olvida. Durante el curso Sebastián nos presentó a Bellatin y habló tan bonito sobre él que salí a comprar El libro paraguayo de los muertos. Ese libro me gustó tanto que se me ocurrió que podría hacer un ejercicio parecido y escribir una novela compuesta por fragmentos inconexos a los que yo les daría sentido.
De mis archivos personales compilé una serie de textos que había escrito desde que entré a la universidad: cuentos, relatos cortos, trabajos, dibujos hechos con palabras, diarios de amantazgos y noviazgos. Los imprimí y los organicé.
Después de una primera lectura surgieron dos aspectos: uno, el libro tendría una estructura inicial de tres capítulos, que no se llamarían capítulos sino libros, y dos, la historia sería la relación entre Alberto, un paisa negociante viajero, y Víctor, un estudiante joven de arte. Los dos personajes estarían durante ciento cincuenta paginas alejándose y acercándose, queriéndose y haciéndose daño. Eso no me lo inventé yo, eso me lo dijeron ellos mismos.

Mientras me tomaba un trago el viernes a la media noche y conversaba con Paula, desempolvé el manuscrito, lo saqué del cajón donde esperaba desde enero su revisión. Leí el primer párrafo y respiré. Aquel primer aparte aún sin perfeccionar me confesó que la suya es la historia del abandono.  

martes, 21 de julio de 2015

1. Posibilidades a considerar



Antonio me dijo el domingo mientras cenábamos en su casa que él era de esas personas que no leía, que él prefería llevar a cabo otras actividades. Luego insinuó que lo mejor para mí sería pensar en hacer algo diferente para generar recursos. Sentí calor en el rostro y se me enfriaron las manos. Me enfurecí tanto que le respondí con amargura: “Si tú no lees es porque eres un ignorante, no porque leer sea malo o inútil y yo no voy a dejar de escribir solo porque la gente no lea.”
Hacía tiempo que no nos veíamos y durante esa conversación recordé al Antonio que conocí hace diez años. Ese señor de corbata de treinta y nueve años que estiraba las piernas por debajo de la mesa para tocarlo a uno, que consideraba que ir a cine era una entretención romántica y que era incapaz de entender porqué alguien estudiaría artes plásticas o escribiría libros si esas cosas no daban dinero. Sentí el retroceso y la perdida de todos estos años de inculcarle que existen otras formas de ganarse el pan diferentes a hacer negocios o vender cosas.
Sam, el hijo de Antonio, está siempre con la tablet viendo videos de gamers en YouTube; parece que ellos han encontrado la unión perfecta entre negocio y contenido. Antonio me sugiere que haga algo similar, videos hablando de temas culturales y como yo soy tan “entretenido” seguro me llenaré de seguidores. Pienso que no se. Es una posibilidad a considerar.