La escena era un poco confusa como todos los sueños. Yo estaba jugando
con mi hermano y con otras personas a quienes no recuerdo en la calle y de
repente Martin apareció allí, sentado en una bicicleta. Yo interrumpí el juego y
fui a saludarlo. Lo abracé y le dije cosas del tipo que era muy bueno verlo y
que se veía muy bien, cordialidades que le dice uno a la gente cuando se la
encuentra de la nada. Recuerdo que en el sueño cuando lo vi me sentí
genuinamente contento, lo abracé con cariño y volví a grabar en mi memoria su
piel muy blanca y sus ojos marrones. La gente que estaba jugando conmigo no entendía
muy bien que pasaba y esperaban a que yo volviera a jugar con ellos.
La última vez que tuve contacto con Martin en la vida real, no en un
sueño, fue el año pasado cuando me escribió fue para felicitarme por mi
cumpleaños y para contarme que iría a Argentina en enero de 2014. Tenía
planeado, como todos los años, viajar fuera de Estocolmo y pasaría el verano
porteño con Adolf. Luego los dos irían a Sao Paulo. Me preguntó si de
casualidad no planeaba viajar a Buenos Aires para esa época. Le respondí que me
alegraba mucho pero no le dije nada más. Le ofrecí las cordialidades típicas del
caso y no ahondé en el tema ni le hice más preguntas.