martes, 3 de mayo de 2016

Pensamiento recurrente (visiones del pasado)

Cuando la gente se muere desaparece para siempre, aunque aquello que observo en el sombrero es una mancha de sudor de su dueño original, un hombre fallecido. El sombrero tiene la forma de la cabeza del abuelo y cuando me lo pongo, flota; llega a cubrirme los ojos y no se sostiene ni con las orejas. Cuando lo uso no siento miedo ni rabia, solo me entra un poco de curiosidad y melancolía.
–Me han dado el mejor regalo, –dijo el abuelo antes de despedirse–. Me han entregado el tiempo y el dinero para hacer lo que quiero y ahora debo marcharme. Por eso partió. Su partida generó en mi un vacío, una alarma que se encendía con el vértigo producido por la visión de alguien similar a él.
El año pasado, después de que se alejó, lo vi en la calle con el sombrero, pero aquella vez era bajito y gordo y su apariencia era más parecida al personaje de las fotografías. En ese momento no estaba tranquilo porque estaba ocupando el tiempo en hacer dinero o en construir una vida como el resto de la gente. Para él todos podrían ser lo mismo.
Con el tiempo esa mancha en el sombrero se convirtió en una obsesión para mi porque era una huella mucho más fuerte que el olor en las camisas o la voz en los videos que conserva la familia: aún mantiene algo de su cuerpo. En otra ocasión vi a un tipo en la calle que hablaba sobre lo aburrido que era ahora ir a los bares de moda con los parroquianos de Bogotá y se extendía en una historia que yo sentía que ya había escuchado.
–El sábado vi a Ariel en el bar, al primero, al Ariel de hace varios años. –Le comentó el hombre similar al abuelo a su acompañante–. Por mi vida empezaron a rondar rumores de virus otra vez y cuando eso sucede Gregorio y él regresan a atormentarme los pensamientos. Ariel también es muy grande y fue el culpable, según Gregorio, de su enfermedad. A él, a Ariel, yo nunca lo conocí. Nunca hablé con él y nunca lo había tenido frente a frente antes del desastre. No había sabido cómo era en carne y hueso y para ser honesto siempre me sentí complacido de que así lo fuera.
Lo miré y lo escuché con atención hasta que terminó, su rostro se me hizo familiar y quise comprobar que su presencia correspondía con las fotos que había visto hacía varios años en perfiles en línea: era alto como yo y tenía un abrigo negro, también tenía la nariz respingada y era calvo. Además, aquel personaje que hablaba y reía tenía también una mancha, algo como un cambio de color en la tela de su vestido. La mancha en su ropa era un puente entre él y yo, entre nosotros y esa persona que aún existe en las fotografías.
Intenté lavar el sombrero para utilizarlo pero en esa mancha aún está el ADN del abuelo, en cierta forma él está aún ahí. Todo lo que tenía, las cosas que poseía, los objetos que apreciaba fueron repartidos entre otras personas, amigos, familiares, beneficencia. Así fue que obtuve ese sombrero gris que está detrás de mi puerta y que he intentado ponerme en un número de ocasiones aunque no me queda. Me lo he ganado y por eso ahora me siento a escribir esto. Por eso ahora transcribo conversaciones con putas, con travestis y con artistas.

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