El miércoles en la
tarde fui a la playa. Cuando llegué estaba sola. Había solo un par de personas
al fondo, cerca del batallón, y yo. Me puse todo el bronceador ese que pude. Al
rato llegaron un grupo de mujeres súper arias. Ellas eran cinco nórdicas igual
de blancas que la leche. Rubias todas. No se si decir que eran bonitas, pero
inmundas no eran.
Las chicas se
tiraron sobre la arena y comenzaron a ponerse bloqueador y bronceador unas a
las otras. Se reían y conversaban. Al rato, tres de las cinco chicas se
quitaron el sujetador y se quedaron topless sobre la arena gris.
Cuando las vi
haciendo eso caí en cuenta de que así biringas las gringas le hacían perfecto honor al nombre de la playa: Los cocos. Pensé en que si
mi hermano hubiera estado ahí se hubiera reído mucho del pun.
Los cocos es una playa que está prácticamente en la
ciudad, por lo que uno no pensaría que estar topless es algo muy bienvenido.
Sin embargo, lo opuesto pensaron un grupo de hombrecitos colegiales
medio-adolescentes. Uno a uno comenzaron a marchar frente (o en medio o casi
por encima) de las jóvenes nórdicas. Los chicos, quienes minutos antes habían
estado jugando futbol a algunos metros atrás, querían evidentemente ver los cocos.
Después, comenzaron
otros jóvenes un poco mayores a caminar cerca de ellas con la misma intención y
luego un bote pesquero –que según me contó un señor que estaba ahí distribuye a uno de los restaurantes del barrio– se parqueó justo al frente
de ellas. Fue ahí cuando la fauna local de personajes raros, incluido un
anciano medio loquito, varios tipos morbosudos, señoras mayores, tías
moralistas, etc., se parquearon al lado de las señoritas y comenzaron a hacer
una procesión a todas luces innecesaria. En un
punto casi quince personas estaban al lado de las chicas, quienes casi no caían
en cuenta del revuelo que estaban causando sus tetas. En serio parecía que los
samarios jamás habían visto un par.
En un momento se me
acercó uno de los señores del restaurante a decirme que le parecía que ellas
eran muy lindas y que verlas en ese estado era ciertamente muy llamativo, pero
que no veía por qué los hombres tenían que ponerse a verlas de esa manera ni
hacer ese espectáculo. Por lo menos el señor no las culpó a ellas. Luego me di
cuenta de que seguro el que parecía más mirón era yo, solo por estar ahí, pero
en mi defensa yo llegué y me senté ahí primero.
Al rato me aburrí del tumulto y
me fui.
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