Los domingos en la noche me
cuesta mucho trabajo quedarme dormido. Mi cerebro no descansa, se dedica a
escarbar en los rincones de la memoria en las tristes historias de cosas que he
hecho mal o simplemente no he terminado. No duerme, permite que los ojos se
queden fijos en la pantalla del televisor aunque él siga martillando, comparando mi vida con las vidas de otros.
Sin embargo a veces también en
medio del insomnio mi cerebro me da una tregua y me permite ver algo interesante.
Se sale de sí mismo, y me permite ver otras historias aún más tristes y escuchar
otros acentos diferentes al de la gente que habita las cercanías de mi cuarto. Anoche, los acentos extraños fueron los de un territorio frontera mexicano. En ese
lugar, en un pueblo dominado por el tráfico de personas y de drogas es que
transcurre la película mexicana La Vida Precoz
y Breve de Sabina Rivas. Si no fuera por ese insomnio
seguramente no la habría visto nunca.
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