Anoche César nos contó a mi y a Wilson
que el lugar en el que levantaba más fácil era la piscina. Yo le respondí con una retahíla en la que le enfatizaba que de eso no estábamos hablando, que
levantar mujeres en un bar donde pagas por pasar el rato con ellas no valía y
que eso no era reto. Le recordé que nos referíamos a levantes de la calle, de
los cotidianos. Wilson se rió y me aclaró que su amigo hablaba de la piscina de
Compensar, no la otra.
Los primeros recuerdos que tengo de
César datan de cuando estábamos en la universidad. En esa época, el 2002, César se hacía llamar Zeus y era un bicho rarísimo incluso para la facultad de artes.
Manejaba unos discursos poco digeribles sobre estética y era uno de los
artistas más arriesgados que tenía mi generación. Hacía unos videos
interviniendo Las Meninas que eran fascinantes y cuando él mostraba
en alguna entrega de clase los estudiantes de la escuela de artes rumoraban
sobre él y resonaban sobre su trabajo. Zeus andaba con el pelo largo y exhibía
unos rulos muy bien cuidados, su pinta era similar a la de Durero en su
autorretrato más conocido.
De tanta maravilla de antaño no queda
mucho. El gran artista es ahora uno más, un deportista aficionado semi-calvo
que va a trabajar todos los días igual que el resto de los mortales. Sin embargo,
no ha dejado de ser el mismo tipo dicharachero, delgadísimo y deportista y conversar con él sigue siendo
entretenido. Según cuenta, ya tiene un modus operandi con el que levanta en la
piscina de Compensar. “Primero –me contó con una actitud un poco fachera,
mientras ilustraba la narración con una serie brazadas y movimientos piscineros—
desde arriba miro si hay alguna nena que sea bonita. Si no la hay bajo y me
quedo un rato a un lado mientras llega el cambio de turno que es cada media
hora.”
Cada frase Cesar la termina con un
sonoro “si” en tono de interrogación con el que pretende corroborar si uno
sigue el hilo de la historia. “Si”, respondí a cada uno de ellos mientras
intentaba comprobar observando los gestos de su cara envejecida la veracidad de
su cuento.
“Cuando veo una nenita que me gusta me
le voy nadando detrás y me voy acercando. Después de un rato y cuando ya estoy
bien cerquita empiezo a hacer rollitos (supongo que eso son tirabuzones o botes)
en el borde de la piscina y cuando ellas ven eso se impresionan. Entonces yo
empiezo a enseñarles a hacerlos y me voy lanzando.
La cara de Zeus alcanzó un nuevo nivel desconocido
para mi de orgullo y satisfacción cuando terminó de decir la siguiente frase: “Es
que toca ser lanzado porque si no las viejas se aburren. Entonces las reto a
que pasemos por debajo de las piernas el uno del otro. En esas ya vamos cogiendo
confianza y cuando hago una pasada y salgo del agua les acaricio la cintura y
les agarro las caderas, me hago por detras bien cerquita. Algunas de las nenas se timbran y salen corriendo y otras se hacen las huevas y siguen nadando. Pero
así ya me he rumbeado ahí con dos viejas.”
Cuando terminé de escuchar el cuento de César pensé que dos no parece un numero tan impresionante teniendo en cuenta que va a
la piscina tres veces por semana. Aún así la técnica para levantar me suena a
que podría funcionar si uno la utilizara. Al final, cuando Zeus terminó de
narrar su peripecia acuática recordé las sabias palabras de un conocedor muy
cercano que dice: “de cantidad y castidad, la mitad de la mitad”.
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