Tengo la imagen muy
presente de Mafe cerca al abuelo justo después de que hubiera muerto. Dijo con claridad
7:43, aunque en el registro de defunción que me enviaron para llevar a la
oficina decía 7:55. Sea la hora que fuera, ese momento en que el abuelo dejó de
respirar se convirtió en un instante de corte. Marcó un antes y un después en nuestras vidas. Luego sucedieron una serie de cosas que hoy
tengo ganas de relatar. Algunas son extrañas, otra son divertidas y otras son
momentos que simplemente creo que vale la pena conservar.
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Durante las semanas anteriores a la muerte del abuelo soñé con tres personas que alguna vez fueron importantes para mí. En los tres sueños esos personajes estaban en
situaciones de muerte; sobre eso hablé en una entrada anterior. En uno de los
sueños Juan estuvo a punto de ser arrollado por un tren; en el otro, a Ron lo picaba un bicho y terminaba en un hospital; en el último Camilo casi se moría pero no recuerdo como.
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El 31 de diciembre llegamos al hospital a las siete y cinco de la
mañana. Yo estaba despierto desde las seis y ya a las 6:30 estaba vestido
porque tenía que ir a trabajar. Mamá recibió una llamada de teléfono y le dijo
a la abuela que se vistiera rápido, que el abuelo se quería despedir de ella y
que nos teníamos que ir pronto. No sabíamos a que hora podía la abuela ingresar
a ver al abuelo pero la idea era que se vistiera para que saliéramos apenas mi
tío nos diera la orden. La abuela en vez de vestirse, se paró y se puso a
tender la cama. Duró mas tiempo acomodando las sabanas, las cobijas, las
almohadas, el cubrelecho y los cojines que poniéndose la ropa para ir a ver al
abuelo. Eso me dejó un poco perplejo. A veces nos aferramos a las tareas más cotidianas con la esperanza de que las cosas no cambien. Tal vez.
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Momentos antes de que el abuelo muriera, estábamos todos juntos alrededor de él. La abuela estaba rezando
el Rosario para despedirlo. Yo no entendía por qué Guillermo y Raco se habían
parado detrás mío y no se movían. Yo estaba de pie, sosteniendo la mano de la
mano de la abuela y los sentía vigilantes sobre mi espalda. En un momento me
voltee para increparlos. Quería pedirles que se movieran más adelante a donde pudieran ver más directamente al abuelo pero cuando me gire para hacerlo los vi afuera, más allá de la puerta de la habitación. Detrás de mí no había nadie. Aunque yo si sentí por un rato que había alguien allí.
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Después de que el abuelo murió, me acerqué para tocarle la mano, quería sentir si estaba frío, si había cambiado. Su mano seguía tibia aún cuando había pasado ya un rato largo después de la muerte.
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Durante toda mi vida he intentado evadir la visión de los muertos. Me
impresiona tanto el semblante de los fallecidos que he escrito sobre eso. Sin embargo, el día del funeral del abuelo la funeraria hizo un ritual llamado Ceremonia del reencuentro. No tenía ni idea qué era
eso. El día anterior alguien de la familia hizo la labor de recoger muchas fotos para enviar a la funeraria porque ellos las habían solicitado. también habían pedido que les enviaremos unas palabras. Yo me imaginé que nos iban a
hacer una especie de proyección de un PowerPoint con música y que nos iban a
decir algo.
En un punto nos invitaron a todos a una sala, tenía paredes azules y un tapete verde. Tenía una sola puerta de entrada y otra de salida. Cuando ya estaba toda la familia adentro, un trabajador de la funeraria habló y lo que hizo fue poner a
nuestra disposición el féretro con el abuelo adentro. Abrieron la tapa para que lo viéramos.
Yo me había puesto de pie junto a mamá y no pude huir de la visión del rostro
inerte de Marín. Pensé que estaría aterrado de verlo, pero no me dio miedo. Él estaba ahí, como dormido, tieso y
tierno, con su vestido gris y una camisa roja o
rosada. Estaba descalzo, en medias. No tenía la cara amarilla como se le había puesto después de que dejó de respirar, ni la mandíbula
desprendida como se supone que queda después de que la gente muere.
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El abuelo, la noche anterior le había dicho (no estoy seguro cómo) a Consuelo, la enfermera, que le dijera a mi mamá que le trajera un vestido y mil pesos “para irse para la casa”.
Cuando la ceremonia ya se había acabado, mamá, con la cara deshecha por el llanto, le pidió al trabajador de la funeraria que le hiciera un
favor. Le mostró algo que tenía en la mano. El señor le pidió a un
asistente que le ayudara a retirar la tapa del ataúd y con mucho cuidado levantó la solapa de la chaqueta del abuelo y le puso en el bolsillo de la camisa que está sobre el corazón el billete que mi mamá llevaba
doblado.
El señor de la
funeraria tocaba al abuelo como quien viste a un maniquí. Supongo que así debe
sentirse tocar a un muerto.
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El horario de la funeraria iba esa noche hasta las 8:30 de la noche. A esa hora teníamos que irnos y podríamos regresar a la mañana siguiente. Media hora antes del cierre me senté a conversar con Giselle, la esposa de mi primo Esteban, en uno de los sofás que estaba fuera de la sala donde estaba el abuelo. Estábamos hablando
de él, de Miguel Bose y de no sé qué otras cosas cuando empecé a escuchar unos
ruidos rarísimos. De la calle venían una serie de estallidos que se repetían, ráfagas de una detonación inusual.Dudé unos minutos. Intenté descifrar qué eran y de donde venían los ruidos. De pronto caí en cuenta de que era la pólvora. Mientras nosotros charlábamos
y acompañábamos al abuelo, afuera el resto del mundo estaba celebrando la
partida del 2015 y dandole la bienvenida al 2016.
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En una pared de la sala de velación había un marco digital que mostraba la serie de fotos familiares que habíamos enviado. Entre esas fotos había una de una reunión de empanadas. No sé por qué la vi
y recordé que en esa ocasión estaba deprimido. Solía deprimirme en esas reuniones. El asunto
es que en esa foto está toda la familia, incluso Nicolás, y estamos todos muy
contentos acompañando a los abuelos. Cuando vi la foto pensé en que todas esas
fiestas se hacen para celebrar y se hacen con amor y fue ahí que se me ocurrió
que para las palabras de despedida quería hablar de amor.
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Escuché que Esteban vio al abuelo, no se si en un sueño o si fue en
una visión real. El abuelo lo puyaba y le decía cosas.
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Ayer fui a Compensar y a hacer vueltas y a las 10:30 pasé al
apartamento de los abuelos. La abuela estaba allí con Diana terminando de
recoger la navidad. Entré a la habitación del abuelo y aún olía a él.
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Los hombres Marín se esconden para llorar. No sé de quién aprendieron
eso. O podría ser que yo simplemente no los vi llorando y asumí que se escondían.
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Mi tío Alfonso leyó las palabras que escribí al final de la misa. Fue
muy extraño porque a pesar de que estaba triste, me emocionaba mucho que él
leyera algo que yo había escrito (necesidad de aprobación). No lo pude
dejar de mirar durante los minutos que leyó el elogio del abuelo. Alejo y yo lo
grabamos en audio, tal vez algún día lo comparta.
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Alejo me contó que cuando murió el papá Luis (el papá de mi papá) a él le tocó ayudar a cargar el ataúd desde la carroza hasta hasta el hueco. Se sorprendió de que yo no tuviera
recuerdos de eso.
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Hacía mucho calor en la ciudad y la iglesia y el cementerio estaban todos llenos de mosquitos.
Durante la cremación cantamos el Viejofarol. Mi tío Carlos inició con la canción y yo lo seguí. Nos detuvimos
cuando el ataúd desapareció en el subsuelo y empezó a oler a candela. Ahí nos
alejamos.
Era increíble pensar que ese momento en que se cierra una puerta es
cuando la vida de alguien se acaba y cuando ya no la vuelves a tener cerca. Mi
tío dijo después que cantó esa canción porque no se sabía la favorita de mi
abuelo que era el Cristo en la pared.
Nadie se la sabía.
En el 2016 me voy a dedicar a cantar porque me gusta mucho.
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Me dieron cinco días de permiso en el trabajo por calamidad doméstica,
por eso solo voy a volver a la oficina el viernes. Yo pensaba que eran tres.
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