viernes, 12 de febrero de 2016

Vivir con dolor

Las últimas reuniones que he tenido con mis amigos de la universidad se resumen en gran parte en una cosa: conversaciones que contienen recuentos de dolores y enfermedades. Alejo tiene un problema con la ciática, William está con una rodilla dañada, Camilo tiene la espalda fregada y yo no puedo caminar bien porque tengo un espolón en el pie derecho y porque le pegué una patada a una mesa con el dedo chiquito del pie izquierdo. Conversar con los amigos se ha vuelto una retahíla de consejos y anécdotas sobre cómo curar los dolores, cómo mitigar el cansancio y de risas porque, a pesar de no haber empezado los cuarenta, ya parecemos viejos.

Yo aún guardo la esperanza de volver a caminar como loco en las noche siguiendo aventureros y de poder recorrer los museos, los parques y las plazas de Bogotá por horas horas como lo he hecho siempre. Bueno, tal vez no pueda volver a exigirle eso a mis pies pero si podría volver a caminar simplemente sin dolor, sin hacer caras y sin quejarme. La terapista me dijo que si hacía las terapias el dolor del pie derecho se me pasaba y el ortopedista dice que para que se me arregle el dedo chiquito tengo que esperar seis semanas. Esas lesiones se demoran en sanar y no hay nada que se pueda hacer porque el dedo no está roto, solo resentido. Además ya no estoy hecho de goma como hace 10 años cuando uno podía exigirle al cuerpo cualquier cosas y no le dolía nada y cuando recuperarse de cualquier lesión era cosa de un día para otro. A mi ni siquiera me importaba mucho que me rompieran el corazón porque ese se sanaba a punta de guaro y de baile. ¿Una gripa? Salga a dar una vuelta y ríase hasta el cansancio que con eso se le pasa.

Ahora la maleta la tengo llena de pastillas para desinflamar y para calmar el dolor, me siento con frecuencia y utilizo plantillas. Me cuido de no pasar mas de dos horas sentado escribiendo porque luego me jodo la espalda. Sin contar que si descuido la tiroides me da taquicardia y cansancio y me dan ganas de llorar y de todo. Pero eso ya es otro cuento. Algunos que me leen me tildarán de superficial y me dirán que hay gente que vive con cáncer y con enfermedades crónicas más dolorosas y que no se quejan ni lloran tanto.

Y seguro tienen razón.  Pero en seis semanas volveré a mirar a mis pies y espero que ya no me duelan tanto. Ya hoy no me duelen tanto. Espero dejar las conversaciones acerca de las dolencias y espero reírme con las bobadas de siempre. Espero no vivir tanto con el dolor al que me he acostumbrado por estos últimos tres meses y volver rutina las punzadas.

Juventud bendito tesoro.

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