Durante los últimos dos años he
trabajado muy duro para llegar hasta donde estoy: salí de un trabajo de mierda
que tuve que hacer por necesidad en una entidad pública a trabajar como
traductor para un documental que se exhibió en salas y luego pasé a trabajar
como profesor en una universidad y me ha ido bien; estoy intentando dar el paso
de enseñar inglés a enseñar arte u otras áreas de mi experticia aunque no lo
haya hecho antes; he logrado tener un ingreso estable y he logrado exprimir
cada centavo necesario para juntar una parte de la cuota inicial de mi propio
apartamento –acabo de firmar la promesa de compraventa—; he sacado adelante con
mis amigos un proyecto artístico que nos llevó a ser parte del sistema de
curadores de Artbo y a jugárnosla en las grandes ligas; superé varias
enfermedades, una crónica que tengo ya bajo control y una eventual que me llevó
al quirófano; y dejé atrás relaciones malsanas que con personajes del pasado.
En este momento tengo una tabula rasa,
la cabeza limpia para empezar un camino nuevo.
Sin embargo siento que algo no está
bien: los tres últimos fines de semana, dos de ellos largos, los pasé en mi
cama binge-watching series de televisión
en el computador. Pasé innumerables horas poniéndome al tanto, sin detenerme un
episodio tras otro, en series como Stranger
things, Penny dreadful y en
cuanta película de terror me pasaba por la pantalla. El lunes pasado antes de
la medianoche cuando el fin de semana llegó a su fin y con él, el último
episodio de la serie que me quedaba por ver, mir é atrás y me di cuenta de que algo no estaba muy
bien. Tal vez no debí estar tantas horas en cama arrumado y cálido, tal vez
hubiera sido mejor volver a ser como antes, salir de rumba, a bailar, conocer
gente, nuevos amantes, amigos, aventuras reales, hechas por mí, pero la verdad
es que estoy cansado.
Tengo 35 años y me siento agotado: cada
día es una batalla contra la incertidumbre, la monotonía, los estereotipos, la
política, la miseria de un país como el nuestro, la estupidez humana, los
problemas de salud propios y ajenos, los rollos familiares. Eso hace que el fin
de semana yo solo quiera quedarme aquí, en mi habitación, viendo la tele. Solo
me provoca ver las historias de personajes que sobrepasaron la amargura y la
adversidad en episodios de 20 a 45 minutos de una manera fantástica y colorida
en distintas épocas humanas.
Ayer me tomé el tiempo para asistir a
una charla sobre la revolución rusa en donde trabajo. Al final de la charla uno
de los estudiantes le preguntó al profesor sobre cuál creería él que sería la
próxima revolución. Después de una larga disertación sobre tiranías, revoluciones
y pseudo-revoluciones el profesor ofreció su respuesta: no sabía. No estaba
seguro de cuál sería la siguiente, pero si tenía la certeza de que la vida es
un continuo de fracasos. Los seres humanos estamos constantemente intentando y
fracasando y uno no debe dejar de fracasar. Uno debe seguir fracasando cada vez
de mejores maneras.
Cuando escuché eso me volteé y le dije a Milena que a uno eso debería recordárselo alguien constantemente. Tal vez no debería dejar los únicos días libres que me quedan –los viernes y los domingos— para observar pasivamente las vidas en los relatos de otros por horas y horas. No sería una mala idea volver a intentarlo y volver a fallar espectacularmente con otro amor, con otros amigos, otros cursos, otras discusiones.
Siempre es bueno que a uno le recuerden
eso de vez en cuando.
Es lindo leer cómo a la gente le va bien :) esa sensación es indescriptible. Adelante!
ResponderEliminarEs de resaltar como de algo cotidiano, dejas un mensaje clave para el ser humano "la vida es continuo de fracasos", me recuerda a un profe de guión que desde el primer día de clase nos dijo que en su clase se permitía fracasar, porque de allí el artista saca la mejor historia y aprendizaje para pulir su obra.
ResponderEliminarHola, Rolo!!! Hoy descubri tu blog, lo que leí me gustó. Abrazo.
ResponderEliminarBienvenido :)
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