Tengo una hora
casi para que la ropa esté lista. Mientras eso pasa miro por la ventana y
pienso. El otro año veré a Paula y si soy afortunado dictaré una materia nueva
en la universidad. Constantemente le doy vueltas a unos contenidos que aun no
he planeado pero que me emocionan: arte. Me gusta la idea de enseñar de arte y
hablar sobre arte aunque no lo haya hecho en mucho tiempo.
Ha pasado ya un
año y medio desde que entré a trabajar en la escuela. Ha sido un periodo
intenso. Antes de la escuela no había tenido por mucho años algo parecido a un
trabajo estable; permanecí desde la última vez que dicté una clase de inglés en
un estado de freelancismo que me
tuvo viajando por todos lados, ganando o mucho o nada. Ahora tengo algo
cercando a una estabilidad, un grupo de trabajo maravilloso con un jefe amigo y
un ingreso fijo cada mes y por eso pude comprar un apartamento. Completé la
cuota inicial con mi mamá y lo compré. Y ahora soy un home owner con una hipoteca. Estoy cerca de la independencia
económica y de algo parecido a una vida propia.
Todas las noches
antes de dormir pongo la cabeza sobre la almohada y digo gracias. Le agradezco
al universo por permitirme luchar para conseguir esas cosas que me ha otorgado,
por el trabajo, por la prosperidad y por la alegría. La alegría de estar
completo y sano, por tener a mi familia en perfecto estado y por permitirme
compartir con ellos estos últimos días del año: papá sonríe con casa y su
núcleo familiar; mamá viaja y disfruta en la playa aunque le duele el hombro;
mi hermano tiene su trabajo que lo enorgullece y su cara va siempre del malhumor
a la sonrisa enamorada, con él nunca hay un punto medio; yo miro con alegría el
año que se acaba y espero a que la lavadora termine y a que suene el teléfono.
No me puedo
quejar, termino el año bien, contento, saludable y hasta un poquito, solo un
poquito, enamorado.
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