Hace
algunas noches estaba acostado en mi cama a punto de quedarme dormido; ya había
apagado el computador y lo había puesto en el suelo, me había arropado y puesto
la cabeza sobre la almohada con el rostro hacia el closet. De repente sonaron dos
golpes. Quedé despierto. Perplejo.
Mi
descripción inicial del incidente incluía la frase “le pegaron al escritorio” o
“alguien le dio dos palmadas fuertes al escritorio”. Decidí omitir en
narraciones posteriores el sujeto de la frase porque no tengo forma de saber
quién o qué fue lo que ocasionó el ruido de los golpes.
Como antes de dormir la había abierto la puerta a Dante para que saliera, pensé que tal vez los golpes
tendrían algo que ver con él. Tal vez había sido Pamela queriendo decir algo.
Tal vez había sido alguna visita sideral pero estoy intentando eso de dejar de
mistificarlo todo.
Cada
golpe, cada ruido, cada soplo de viento, el calor y el frío han dejado de ser fenómenos
naturales comunes y por obra y gracia del accidente se han convertido en
manifestaciones del más allá. Eso me tiene un poco cansado e incluso ansioso y
es la razón por la que quiero dejar de pensar en ello.
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