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jueves, 15 de noviembre de 2018

Miscelánea de cosas de la desadaptación cultural (y las marchas)


Observo por la ventana a una de mis vecinas: tiene el pelo liso y negro, protege su rostro pálido con un sombrero azul de flores y está acurrucada junto a su hija de dos o tres años sobre el pasto artificial del parque. La mujer le habla a su pequeña y hace gestos delicados con las manos. La niña escucha a su madre mientras juguetea con otra niña pequeña. Justo detrás de esta última niña hay otra mujer que observa la escena mientras sostiene otro niño de brazos y lleva otra niña de la mano. Son las 10:30 de la mañana, hace un día precioso, alrededor de las niñas un grupo de infantes monta bicicleta, otros niños saltan y gritan y otros se lanzan con emoción a la arenera. Los estudiantes/manifestantes están a punto de llegar por la avenida sesenta y ocho. 
La escena es una típica postal bogotana y no tendría nada de extraño si no fuera porque la vecina del sombrero azul y el pelo negro es una de las habitantes asiáticas del edificio. No hay muchos de ellos aquí y uno solo suele encontrárselos en el ascensor o cruzando el golfito. Parecen como buenas personas, son corteses, saludan, sonríen, pero no existe interacción más allá de algunas simples palabras dichas con acento extraño. No es usual verlos interactuar con otros vecinos y menos jugar con otros niños. Siempre pasan rápido y desaparecen. Aparte de la joven vecina madre de la niña vive aquí una señora de unos sesenta años, quien según he escuchado, es dueña de una bodega de importaciones. Se viste de colores tierra: café, rojo y beige; siempre está perfectamente maquillada y bien arreglada con el pelo en bucles hacia arriba.

sábado, 27 de septiembre de 2014

El gran señor abandona a su concubina (Arqueología gay)

Cuando tenía 15 o 16 años mis papás se estaban divorciando y yo estaba empezando a entender que los hombres me atraían emocional y sexualmente. En esa época acceder al Internet no era tal fácil, así que gran parte de la información que yo obtenía sobre las cosas gay del mundo venían de los libros o de la parabólica a la media noche. Fue en alguna de esas noches de insomnio que vi por primera vez Adiós a mi concubina, la película china de 1993 dirigida por Chen Kaige. Después de ver la película, me mantuve obsesionado por años con la historia del niño que no quería ser niña, con el color y las imágenes de la China de principios del siglo XX y con el montaje, el vestuario, el sonido y la música de aquello que también en oriente se le llama ópera.

Hasta hace muy poco en ese país los roles protagónicos femeninos debían ser interpretados por actores varones. Por esto Dieyi –el hijo de una prostituta abandonado en una escuela de teatro chino a principios del siglo XX– es obligado a asumir el rol de las monjas y las doncellas y es castigado cuando no logra recitar los diálogos femeninos. El protector de Dieyi es Xiaolou, un niño fuerte y agresivo, quien se convertirá con el tiempo en su hermano de escenario. Xiaolou crece para interpretar con fama y éxito al gran señor y Dieyi será para siempre su concubina.

Esta semana volví a ver la película y reviví la pesada y conflictiva relación de los dos niños. Entre los dos existirá siempre la imposibilidad del amor aunque su  misión sea estar siempre juntos como gran señor y concubina. Dieyi está enamorado de Xiaolou, pero este último se casa con una prostituta. La historia de los dos actores atraviesa el siglo XX, desde la invasión japonesa, pasando por la institución de la República Popular de China y la revolución cultural maoísta.  Esta película es una obra maestra de la literatura, del cine y de la historia que recomiendo ver, si es posible, una y otra vez. 

La película completa con subtitulos en español se puede ver haciendo clic en la imagen.