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martes, 22 de enero de 2019

El discreto arte de stalkear: la mezquindad (III)


El viernes pasado en la noche, en una fiesta a la que fui con Marco, me encontré con el esposo de mi amiga Tatiana. El tipo estaba en el mismo bar al otro lado de la pista rumbeando con un grupo de amigos. Verlo solo, sin su esposa, me produjo cierta extrañeza.  

Tatiana es una escritora a quien conocí hace unos años en un taller de comunicación. Es extrovertida y simpática pero tiene una costumbre un poco excéntrica, aunque no del todo extraña en estos tiempos: comparte a diario su vida en Facebook. Postea fotos de novenas, cumpleaños, matrimonios; monta álbumes familiares en los que aparecen etiquetados los miembros de su circulo lejano y cercano; narra con pelos y señales las nimiedades de su vida cotidiana, habla de lo que come, de los lugares que visita, de la ropa que compra, de sus rutinas de ejercicio y sus compañeros de gimnasio, de los restaurantes que visita, de los conciertos y las actividades culturales que realiza; comenta sobre su trabajo hasta la saciedad, sobre los viajes que hace, las conversaciones que tiene. Durante su embarazo consultaba con los contactos de la red acerca de trucos y especialistas para sus dolencias, curas para la piel, remedios para bajar los antojos, terapias alternativas, cursos, libros, nombres de bebé, vacunas, enfermedades, lugares para comprar cosas. Sus publicaciones alcanzan a diario cientos de reacciones y docenas de comentarios.