sábado, 21 de marzo de 2015

El amor y la religión, dos horas de observación no garantizan que algo pase #relato

El miércoles 11 de marzo el horóscopo del diario El Espectador me anunció que ese día posiblemente encontraría el amor de mi vida y en una manera sorprendente. A pesar de lo extraordinario de la noticia y de las inmensas ganas que tenía de quedarme en mi casa a esperar a que el amor de mi vida me encontrara en la red, decidí salir a hacer mi tarea de observación para el taller. 
A las cuatro de la tarde empecé a caminar desde la calle 100 por la avenida suba, siguiendo el flujo de gente que camina hasta la calle en la que están la mayoría de edificios del Lugar de su presencia. La pagina de internet de la iglesia estaba caída pero Google aseguraba que los servicios los miércoles son a las 5 y a las 7. Por eso me enruté a esa hora, para poder observar a la gente mientras esperaba o hacía fila. No estoy seguro de si El lugar de su presencia es una iglesia cristiana o una congregación religiosa, pero entiendo que son dueños de varios edificios en la zona. Los vecinos se han quejado ya por años de la masiva afluencia de gente y del trafico que el culto ha traído al barrio.


Antes de encontrar un lugar desde donde pudiera observar la calle, y la plazoleta donde hay una feria artesanal recorrí la cuadra principal. La mayoría –sino todos– de los edificios de esa calle son propiedad de la iglesia, lo que le da una atmósfera de callejón privado limpio y hollywoodezco. El callejón podría estar tapizado, por allí no se ven transitar carros que no sean de la organización o personas que no asistan a sus servicios. En el costado norte están las entradas a lo que parece ser un teatro, o un auditorio, en un edificio de cinco pisos junto al que hay una construcción en proceso cubierta por un material blanco. También hay un café con mesas metálicas altas y entradas a otras salas del mismo teatro o de uno diferente. Las propiedades del costado sur de la calle aún mantienen sus antiguas estructuras singulares, pero el color uniformado habano de todas ellas revela que pertenecen a un mismo dueño. Allí se puede ver algo llamado desk connect, una sala cerrada por unos postes con correas tipo banco, una estación de enfermería con una ambulancia, y un puesto de información. Al final de la calle, en ambos costados hay algunas cafeterías, una librería llamada Góspel y un consultorio odontológico.
Los miembros de la iglesia, o las personas que asisten al templo, son recibidos todo el tiempo por un grupo de personas vestidas de negro. Algunas de estas personas portan un distintivo singular verde que dice “logística” con la imagen corporativa de la iglesia. Otro grupo de personas con distintivos circulares rosados  que dicen “anfitriones” dan la entrada o guían a los asistentes. Todo el barrio, a la hora del servicio parece estar lleno de uniformados de negro con insignias de colores que trabajan allí. Parecen personas muy amables, siempre atentos y sonrientes para agilizar la entrada de las personas que van al servicio de las cinco. Son tan queridos que logran producirme desconfianza.
A las 5 de la tarde, los obreros que trabajan en la construcción de uno de las propiedades de la iglesia abandonan las instalaciones. Corren y se atraviesan la avenida desde la iglesia hacia la entrada de la estación de Transmilenio. Al mismo tiempo una marea de personas se levanta y comienza a aparecer desde todos los puntos cardinales para entrar al servicio de las cinco. Vienen desde la estación de la 100 con autopista, desde la estación de la 100 con suba, desde la estación de Suba calle 95, justo enfrente, desde el sur, desde la castellana. Los semáforos se llenan con personas tranquilas, entusiastas y sonrientes que asisten al lugar de culto. Atraviesan las calles y son recibidos por las siempre sonrientes personas de las insignias de colores así hayan llegado tarde.
Antes de las 5 de la tarde, mientras estaba observando desde la entrada de Transmilenio, un señor que parecía gringo, salió de la estación. Tenía entre 45 y 50 años, llevaba una camiseta verde oscura, un pantalón corto verde claro, una cachucha, crocs, una maleta y una cámara fotográfica que le colgaba del cuello sobre la barriga. El señor cruzó la calle y se reunió con una señorita de camisa azul y pelo largo y crespo de unos 25 años y con un muchacho de unos 28 años. El ultimo tenía apariencia hindú: la piel oscura, era alto, como de uno noventa y tenía el pelo ondulado negro, una chaqueta habana, una camisa azul cielo y un jean. Los tres se acercaron a una de las tiendas de la feria y realizaron una llamada de teléfono. La persona a la que llamaron no atendió, así que siguieron caminando despacio hacia el final de la feria.
Los dos jóvenes tenían pinta de que entrarían a la iglesia. Caminaron hasta el semáforo en la avenida paralela a la Suba y se detuvieron, allí se encontraron con un grupo de cuatro jóvenes mas, todos con pinta de querer entrar al servicio. Caminé cerca de ellos y me cercioré que de que la conversación que tenían era en español, aunque no pude escuchar al tipo de la cámara hablar ni participar. Crucé la calle, me quedé observándolos pero no se movieron. Pensé que si daba una vuelta podría ver las cuadras cercanas y regresar a ver si el grupo donde estaba el señor de la cámara aún seguía allí. Comencé a caminar hacia la calle 100 y descubrí una casa con el numero 2 llamada Erim, a su lado otra casa, la numero 3 llamada Barea, bajé hacia la avenida Suba y encontré la siguiente, llamada Getsemaní, luego una casa bautizada como Sión.
Regresé a la esquina donde había dejado al señor de la cámara, pero ya no estaba. Lo vi de lejos subiendo hacia la autopista. Caminé detrás de él y encontré la casa que me faltaba, la número 1 llamada Bete. Seguí al señor de la cámara aunque no pude saber porqué se encontró con esos personajes solo para abandonarlos después. El señor siguió caminando hacia el teatro de la Castellana. Una cuadra antes de alcanzar la autopista el señor se detuvo, miró el teatro y se volvió hacia mí como si hubiera estado consiente de que lo estaba siguiendo. Me quedé quieto, esperé a que siguiera caminando. El señor de la cámara se detuvo frente al puente peatonal de la calle 94, sacó su cámara y le tomó una foto aprovechando el conjunto de las torres del puente con las montañas al fondo, la luz del sol amarillenta y cálida y un pájaro amarillo y negro que se revolcaba en uno de los cables de la electricidad.
Regresé a la plazoleta, eran las 5 y treinta y la gente seguía llegando. Frente a la feria artesanal, detrás de las casas que están al costado sur de la calle de la iglesia, una fila de personas se comenzaron a sentar en una muro que tiene unos cincuenta centímetros de altura. En ese momento el ritmo del tráfico de personas ha cambiado. En el semáforo de la estación ahora hay menos gente llegando y mas gente yéndose, mas gente de las oficinas yendo a tomar el Transmilenio para irse a sus casas. De un momento a otro los organizadores de la iglesia les pidieron a las personas que estaban sentadas en el murito –el cual no se puede saber si fue dejado así por los constructores de las casa o fue hecho a propósito- que se juntaran. Sentados en la pared las personas formaron una fila que se extendía por toda la cuadra. Los organizadores formaron con la gente que adicional que iba llegando una nueva fila desde el corte de la cuadra.
Di dos pasos adelante y observé que desde el costado norte de la calle de la iglesia, justo desde el borde de la construcción nueva y sobre el andén sobre la calle 100 había otras dos filas de personas que esperaban entrar al servicio de las siete de la noche. Podrían haber sido 300 personas a lado y lado. Mi teléfono sonó faltando un cuarto para las seis. Albert me preguntaba si nos encontraríamos, lo cual me obligaba a conseguir una farmacia. Las personas de la iglesia continuaron acomodando la gente que seguía llegando. Algunos venían en parejas, o en familias, algunos solos. Mientras esperaban tomaban café o jugo. Una señorita se quedó mirándome. Caminó hacia mi, con cara de furia. Pasó a mi lado y fue a encontrarse con un muchacho de barba muy guapo de unos 25 años. Él estaba comprando un jugo en una de las tiendas de la feria. El muchacho se reclinó hacia la señorita y la besó en la mejilla. Se besaron luego en la boca y caminaron para ocupar un sitio en el muro. La mayoría de los asistentes que estaban haciendo la fila tenían esas edades, entre 25 y 35 años. Todos se veían profesionales, trabajadores, crédulos y creyentes.
Una persona con chaqueta negra que decía seguridad se me acercó, fingí que no lo había visto, miré mi celular, le confirmé a Albert que nos veríamos a las 7.  El señor de chaqueta de seguridad se alejó. Ya no había luz del sol. En la fila pude ver a dos muchachos que se miraban con cariño y bromeaban, estaban sentados uno en el muro y otro en el suelo. Recuerdo que Andrés, un amigo de 19 años que asiste a esa iglesia, me dijo que desde va al culto allí no ha escuchado nunca que hayan hablado acerca de la homosexualidad y él tampoco menciona que es gay mientras está allí. Tiene sus propias ideas y procura que esas no choquen con las de su religión.
Mi mamá me contó una vez, que tenía que entrar al baño de urgencia y el único lugar que encontró accesible fue la iglesia y allí pidió que la dejaran entrar. Mencionó que todos eran muy amables, pero añadió que si uno se descuida termina dándoles todo, la casa, la plata, los carros porque los dueños de las iglesias viven de eso.

Antes de irme de la plazoleta me cercioré de no estar perdiendo de vista a alguna persona con un anuncio que dijera “Soy el amor de tu vida”, tampoco lo encontré en la farmacia ni en el Transmilenio, ni en la calle. Fui a ver a Albert, luego regresé a casa. Seguiré observando, tal vez algún día entre y sepa de quién es la presencia que la gente va a ver en ese lugar y encuentre al tan cósmicamente anunciado amor de mi vida.



2 comentarios:

  1. Me gustan las descripciones son muy precisas y narrativas, la excusa de la tarea del taller, en la aventura de cumplir con lo pronosticado en tu horóscopo, en un hilo conductor como para una peli heeee. 111.

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