lunes, 1 de junio de 2015

En honor a mi tía #relato

El jueves, después de que hablé con mi tía Blanca a las siete de la mañana, llamé a mi papá. Alguien tenía que contarle que mi tía Negra había muerto. El teléfono repicaba, pero rápidamente entraba a correo de voz por lo que supuse que alguien ya lo habría llamado y que cuando me contestara no tendría que darle yo la noticia. Por fin, a las ocho de la mañana la voz de Manuelito me respondió; no sonaba triste, no lo oía molesto.
Le pregunté si había hablado con alguna de mis tías. Me contó que había hablado con Aidé y con la Mona por ahí a las seis y media pero no le habían dicho nada extraño. Volví a preguntarle si había hablado con alguna de sus hermanas con la esperanza de que ya lo supiera. Me dijo de nuevo que no le habían dicho nada raro. Detrás de su voz sonaban los traqueteos de un carro viejo en una carretera.
–¿fue que se murió Julia o que? Me preguntó con ese golpeado fronterizo que ahora le sale cuando habla y ya sin poder hacer mas preámbulos le conté. Mi tía Blanca me había llamado hacía un rato y me había dicho que mi tía negra había fallecido. No hubo silencio, el ruido del carro viejo en el que viajaba mi papá seguía sonando en el fondo mientras él me contaba que ya iba llegando a Peracal, que ya tenía un vuelo reservado para Bogotá y que intentaría llegar lo mas pronto posible. Yo no supe que mas decir. Me quedé sentado frente al escritorio mirando la pantalla del computador.

En las conversaciones que sostuve con mi Manuelito durante las dos semanas anteriores le conté que no había visto bien a mi tía. Cuando fui con mi mamá al hospital estaba muy decaída, casi no podía respirar y en la cara de toda la familia se veía que ya se temían lo peor. A Edgar, el esposo, a mi prima Julia, su hija, los había visto muy tristes. Mi tía Blanca estaba siempre muy acongojada con los ojos vidriosos.
Mi mamá y yo visitamos a mi tía dos veces en la Clinica Shaio. Durante esas dos ocasiones casi no pude hablar. No me salieron palabras de la boca. Me limité a sonreír y a mirarla con calma pero la tristeza que me producía verla tan decaída no me permitió brindar palabras de aliento ni de consuelo. Mi mamá, en cambio, el ultimo día que la vimos charló bastante con ella y le dio una lección de respiración. Le contó a la negrita que en la cruz roja le habían enseñado que las personas sufren mucho del corazón porque no saben respirar. Mi tía, detrás de la mascara de oxigeno le respondía que si, que tenía razón. Le decía, sin poder conseguir el suficiente aire, que ella iba a aprender a respirar de nuevo para que el corazón se le calmara. Mi mamá le decía que no hablara, que se quedara tranquila, que contara uno, dos y tres y respirara por la nariz. La tía negra seguía las instrucciones de mi mamá y con el brazo levantado contaba e intentaba tomar aire pero le era imposible. Juntaba el dedo pulgar con el anular, el índice y el medio e intentaba respirar y soltar. De nuevo repetía uno, dos, tres. Yo solo podía observar los dedos de mi tía juntándose y separándose, tan parecidos a los dedos de mi abuela y me apesadumbré.
Mi mamá tuvo la idea de llevarle a mi tía un mango con un kiwi picados y Julia se lo dio en pedacitos para que comiera. Le quitaba la mascara de oxigeno y se lo ponía en la boca. La negra estiraba los labios y hacia ese gesto de masticar exactamente igual al de la mamá Aura; tenía el mismo color de piel, una forma de hablar muy parecida a la de la abuela y con los años había llegado a convertirse en casi una copia exacta. Apretaba los labios y los arrugaba y con los ojos mostraba ese poquito de placer que le producía el sabor dulce de la fruta. Intentaba conversar pero no le alcanzaba el aire, todos le decíamos que no hablara. Julia le terminó de dar la fruta y nosotros nos fuimos porque sentíamos que le robábamos el oxigeno, no la vimos nada bien, pero no esperamos que sucediera lo peor.  

Mi papá me llamó a las nueve desde su numero colombiano. Había logrado adelantar el vuelo que tenía para las diez. En ese momento ya se oía ofuscado. Me dijo que para él lo del entierro era algo muy mórbido, “lo que me da mas pesar es mi hermana”. Entendí. Colgó. Escribí este texto, lo hice pensando en mis tías, en lo dolorosa que es la ausencia. Pienso en mi mamá y en mi papá, pienso en Edgar y en Julia, la negra chiquita, quien ahora tiene en su cara los rasgos de la mamá Aura y de la tía negra. Recuerdo las fotografías y los regalos, las reuniones familiares y en las invitaciones a comer. El año pasado mi tía Blanca y mi tía negra nos invitaron a comer a mi mamá y a mi para celebrar mi grado de la maestría y mi tía negra se veía muy contenta. Mi tía Blanca estaba muy ofuscada por un daño que mi prima Neyvell le había hecho a los espejos del carro y se quejaba constantemente, mi tía negra con su bufanda blanca, sonreía y disfrutaba la comida y reconocía el talento de todos "los chinitos" y lo mucho que hemos logrado. Tenía una actitud tranquila y muy positiva que a mi me dejaba siempre perplejo.
Soy afortunado en seguir vivo y en tener aún a la mayoría de mis tíos y a mis papás, aún puedo conversar con todos ellos; aun puedo llenar mis pulmones con aire, aún puedo sentir el calor del sol en mi piel, aún puedo ir a donde quiera, con quien yo quiera, puedo viajar con mis piernas o con estos textos. Aún cuento con el apoyo, con el cariño de personas que me han acompañado, aún puedo hablar y decirles que los quiero, que me da miedo perderlos. Aún puedo hablar con Diego y soñar con que somos artistas, escuchar las canciones de Aterciopelados y cantarlas pensando en Julia, la negra chiquita, mi gran prima y amiga de toda la vida, cierro los ojos y la escucho reírse con ese estruendo que detiene el mundo y ese es para mi un sonido que significa adolescencia, juventud, hogar, amistad, familia. 
Pero la vida es así, y así es la muerte. Uno lucha mucho y luego se desvanece. El teléfono suena y uno espera sean saludos, sonrisas, bienvenidas y no malas noticias y con esa esperanza afronta cada día. Espero que podamos reunirnos para seguir celebrando cumpleaños, nacimientos, emparejamientos y divorcios y que la vida siga, que nos veamos el sábado para almorzar.

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