miércoles, 27 de mayo de 2020

El espacio entre las cosas: el ruido y el silencio (Diario del confinamiento)

Al principio de la cuarentena había mucho menos ruido. El 20 de marzo dejaron de sonar los motores de miles de automóviles que se quedaron en su casa. Cientos de rutas escolares llenas de gritos de niños dejaron de circular. No puedo decir que existiera un silencio absoluto pero, por lo menos en las mañanas, no existía el bullicio que ahora ha vuelto a existir.

 

Cuando empezó el aislamiento, y teníamos solo un simulacro obligatorio, sentía mucho miedo. Fueron muchos los días en que la ansiedad no me permitía comer y me atemorizaba el silencio. Dormía poco y daba vueltas en la cama durante la noche. Despertaba extrañado a la hora en que tendría que haber empezado a alistarme para salir a trabajar. La falta del bullicio metálico de los motores me parecía inquietante; me aterraba que la ciudad hubiese dejado de funcionar de esa manera tan abrupta y que, a pesar de que fuese algo que pedimos a gritos por nuestra salud, no nos pudiéramos mover de casa ni salir a trabajar.

 

A las 7 de la mañana era muy poco lo que sonaba. Tan solo se oían algunas personas en la calle, quienes por fuerza mayor no habían podido dejar de desplazarse. Celadores, personal del aseo, vendedores, domiciliarios, policías, médicos y enfermeras siguieron montando en transporte público para ir al trabajo y aún hacían ruido afuera. Pero no eran tantas personas, o por lo menos no las suficientes para llenar las calles del barullo pre-pandemia.  

 

viernes, 27 de marzo de 2020

Diaro del confinamiento: construir un después

3d Gold 2021 Text Effect PSD para descarga gratuitaMiro por la ventana y veo un montón de gente caminando por la calle. No la misma cantidad de gente que vería en un día normal, o antes, pero sí bastante. Bastante, por ejemplo, para lo que vi la semana pasada. Siento que la gente no está muy convencida de que el virus sea algo que le pueda hacer daño. A mi me aterroriza, pero a veces también dudo de que algo real vaya a suceder. Ojalá toda esa gente que está en la calle tenga razón y nos encontremos mágicamente protegidos. Mamá y yo no hemos salidos ya casi en una semana.

Lo que más me asusta es que haya un estallido social, he intentado hablarlo con gente, pero prefiero callarlo porque no tengo ningún control sobre eso. La gente también suele pensar que algo así no sucederá y espero, también, que tengan razón.

jueves, 19 de marzo de 2020

Diario del confinamiento: el privilegio de caminar

Empecé a leer ese libro precioso de Jiro Taniguchi. Una novela gráfica sobre las caminatas diarias de un japonés y las sencillas y divertidas conversaciones que tiene con su esposa. Lo he disfrutado mucho porque los dibujos son impresionantes, puras líneas en blanco y negro. También me ha gustado porque me recuerda, casi en cada página, lo que es andar sin miedo. Ahora reconozco que caminar es un privilegio.

Esta última semana las veces que me he puesto en marcha lo he hecho con afán y con miedo: he ido a hacer compras, al supermercado a buscar cosas para la cuarentena o a acompañar a mi mamá a hacer vueltas de médico. Lo hemos hecho de prisa, como locos paranoicos.  

La semana pasada, antes de que decidiéramos aislarnos y de que el pánico se generalizara con los casos de Coronavirus en Colombia, les había puesto a mis estudiantes dos películas de miedo. Las películas hacían parte de un módulo de terror de una clase de cine y literatura que estoy dictando y las películas son acerca de personas que están encerradas en diferentes circunstancias. La primera es Bajo la sombra, una película iraní sobre una madre y su hija. Las dos se quedan en su apartamento, solas, durante los bombardeos de Iraq a Irán. La segunda es Los otros, la de Amenábar. En esa una madre se queda con sus dos hijos en una mansión, cuando todo el mundo huye de la isla en la que viven durante la segunda guerra mundial. Esta tarde, en una de mis clases virtuales, uno de mis estudiantes me preguntó “¿tenemos que ver las películas?”. No tuve respuesta. La verdad, simplemente esperaba que las vieran porque son dos películas fantásticas que no pensé que fueran a convertirse en un referente tan cercano y en algo así como manuales para el confinamiento.

viernes, 17 de mayo de 2019

Emociones encontradas


Dante me detesta. Hace algunos días que el felino peludo me ha estado atacando. Lo acaricio, lo consiento, le hablo, lo mimo y el me responde siseando con fuerza. Luego, con su pequeña fuerza de patas blancas se lanza a mis espaldas; intenta, con sigilo, agarrar mis piernas por detrás, me lanza sus minúsculas uñas, quiere golpearme. Tal vez intenta defenderse, aunque no entiendo bien de qué si nada malo le he hecho.

Yo, por mi parte, le he agarrado miedo. He desarrollado pánico a su respuesta agresiva a mi cariño. También me temo que en un par de semanas cuando lo lleven al psicólogo diga que todo es mi culpa. Me atemoriza que afirme que no le he permitido sentirse bien en mi casa, que me culpe por sus desgracias, que atestigüe en mi contra y le afirme a la gente que una noche le lancé un cojín cuando se me lanzó a rayarme la cara.

Temo que, por mi culpa, no encuentre sosiego, que yo no logre comprenderlo, que no podamos tomarnos cariño y que con nosotros no encuentre un hogar. Me da susto eso y que al final, Pamela no pueda continuar su viaje tranquila.

Mamá dice que a veces siente el mismo miedo.

¿quiere saber más de Dante? lea el post anterior

jueves, 16 de mayo de 2019

Palabra por palabra

Durante los últimos dos días Dante ha estado más conectado con mi hermano: lo acompaña por la casa, camina con él, se acuesta a su lado; cuando él no está Dante se acuesta a dormir en su cama y pasa allí la mayoría de horas durmientes del día. En la noche lo acompaña aunque mi hermano se queja de que el gato se para encima de él en la mitad de la noche a maullar y mirar hacia algún punto en la mitad de la nada. 

¿Será que está viendo a Pamela? se pregunta él.  

Cuando converso con mi hermano hablamos seguido de él. Cuando conversamos con otras personas casi siempre hablamos del gato y del accidente. Cualquier cosa se vuelve una excusa para hablar de eso, para narrar una y otra y otra vez los pormenores de lo que sucedió el 13 de abril después de las 11 de la mañana. Tal vez por eso decidí empezar a escribir aquí pequeños apartes acerca de eso.

Con mucha frecuencia puedo escuchar a mamá hablar de aquello por teléfono, dar actualizaciones del estado de salud de mi hermano a familiares y a amigos y actualizarlos cuando algo nuevo sucede, cuando alguien relacionado a lo que pasó nos cuenta su versión. A menudo las personas llegan a casa a visitar y terminamos reunidos todos conversando sobre eso. Nos miran con asombro y con tristeza. Volvemos a contarlo todo, a repetirlo todo, indudablemente lo vivimos de nuevo palabra por palabra. 

(Tuve toda la mañana ideas de lo que quería escribir pero cuando llegué a casa y me senté en el computador no me dieron ganas de escribir nada. Terminé pensando en esto, en la idea de contar y contar una historia cientos de veces conjurando la tragedia, aminorando la desgracia, agradeciendo la infinita bondad y misericordia.)