Hace un par de noches iba
cruzando la calle 100 para llegar a mi casa cuando una camioneta grande,
blanca, giró desde la carrera y avanzando se acercó hacia a mi. El conductor no
se detuvo ni se dignó a reducir un poco la velocidad para permitirme cruzar la
calle sino que me pitó y continuó avanzando. Me echó el carro encima y siguió
como si nada. Yo, un simple peatón cruzando la calle en la noche lluviosa tuve
que saltar para que la camioneta no me arrollara. Cuando alcancé el otro lado
del andén me detuve, vi pasar el carro, y terminé de sentir cómo mi cuerpo era
invadido por un sentimiento de amargura e impotencia. Una sensación que, como
peatón, he sentido a menudo últimamente en Bogotá.
El carro siguió
avanzando pero como había un pequeño trancón un poco más adelante tuvo que
disminuir la velocidad. Ahí fue que yo vi mi oportunidad: salí a correr y me
paré justo al lado del conductor de la camioneta, los transeúntes desprevenidos
y los demás conductores de carros vieron interrumpidas sus rutinas de
conducción y pensamiento por una sarta de improperios lanzados a voz en cuello
por mí, “¡hijueputa!, ¿cree que porque tiene un carro es dueño de la vida de la
gente? ¿acaso cree que porque tiene una malparida camioneta es dueña de la vía?
¿me mandó encima el hijueputa carro para venir a meterse más rápido en un
hijueputa trancón?, !ojalá un día alguien como usted le eche el carro así
igualito a uno de sus hijos!"
Si, justo en la
mitad de mi declaración vital al conductor me di cuenta de que era una señora
pero eso no me detuvo. Tenía la cabeza llena de sangre caliente y mi usual cordialidad
tachada por la rabia. No me imagino que hubiera pasado si el conductor hubiera
sido un tipo, un man agresivo más grande que yo que se hubiera bajado del carro
a callarme a patadas. Igual, hace como un mes también terminé casi agarrado con
un tipo que también casi me atropella en un semáforo mientras yo iba caminando
a la velocidad que me permitía el dolor, solo que esa tarde sentí el placer de
hacerle pistola.
La señora, desde
toro blanco blindado brillante, me miró con cara de “es su culpa, yo voy
manejando entonces usted tiene que moverse” y mientras ella más me miraba así
yo más gritaba y la gente en la calle más me miraba. Cuando entré a mi edificio
los celadores me vieron con cara de “uy este man tan loco”. Sin embargo, la rabia
siempre es más fuerte que la vergüenza; no me tomen a mal, no estoy intentando
excusarme, pero Bogotá está sacando lo peor de mi, y no es solo Bogotá, son los
bogotanos, las personas que aquí vivimos y que no tenemos respeto por el
espacio o el pensamiento del otro.
Gritarle a un
carro desde afuera se sintió muy bien, no lo puedo negar. Hay en encanto
particular en perder el control desde la barrera, en dejar ir las inhibiciones y
simplemente decirle a las personas lo que se merecen, pero yo usualmente no soy
así, o por lo menos no soy el tipo de persona que le grita a quienes, consciente o
inconscientemente, intentan hacerle daño. Circunstancias personales en mi vida
han hecho que durante el 2017 la mayoría de lo que haga sea trabajo, no tengo
sexo, no consumo alcohol ni drogas, no estoy comiendo comida chatarra, estoy
leyendo muy poco, no bailo ni gasto energía porque no puedo. Tan solo dicto
clases, escribo sobre Kennedy, corrijo quizzes y exámenes, gestiono eventos, me
la paso recordándome a mi mismo los episodios traumáticos que me llevaron a
estar aquí donde estoy y veo mucha, mucha, mucha telebasura. No hago mucho que
me permita desahogar la rabia acumulada. Tampoco es que me quede mucho tiempo.
No obstante, anoche, la doctora de la sala de emergencias, a donde fui a ver si me quitaban el dolor un ratito, me mandó de nuevo algunos calmantes y me prescribió un tratamiento natural para el estrés. Ella dice que no es adictivo y que a ella le funciona de maravilla. Lo voy a probar mientras puedo volver a trotar o a hacer algún deporte y así me evito que algún conductor abusivo, bogotano, me asesine golpes.
No obstante, anoche, la doctora de la sala de emergencias, a donde fui a ver si me quitaban el dolor un ratito, me mandó de nuevo algunos calmantes y me prescribió un tratamiento natural para el estrés. Ella dice que no es adictivo y que a ella le funciona de maravilla. Lo voy a probar mientras puedo volver a trotar o a hacer algún deporte y así me evito que algún conductor abusivo, bogotano, me asesine golpes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hola, ¡por favor comenta!