Miscelánea de asuntos de la mitad de la semana (Plazas, calles, parques aquí en Bogotá y en Santiago, risas y sonrisas y hasta un río)
- Comencé a leer La
aventura de Miguel Littín clandestino en Chile y hasta ahora me ha
gustado mucho. García Márquez sigue ejerciendo sobre mí una fascinación
hipnótica; cuando lo leo siempre me siento melancólico, como si estuviera accediendo
a un portal a un mundo añorado y querido. Este libro es sobre Santiago y eso
tampoco me deja avanzar muy rápido: constantemente tengo que buscar las
referencias geográficas, sacar cuentas de fechas, leer sobre los eventos históricos y contrastarlos con mis propios recuerdos. La mitad del libro también he tenido que leerlo en
voz alta para sacar de mi cabeza las voces de los viejos amigos chilenos.
- A P. le terminó
gustando la historia que le llevé a clase de Flannery O’connor. Su reacción fue
como yo me la esperaba: sorpresa por el final del cuento del niño que regresa
al rio después de oír que el reino de Cristo estaba en el fondo. Le aconsejé
que leyéramos otra.
- Ari: A
menudo me preguntas ¿por qué te ríes? mucha gente me ha preguntado eso. Diana,
la terapista de los pies me decía “usted Lolito es solo risas” e incluso el
todero del museo le decía a mis compañeras “ahí viene don risitas”. A mucha
gente le agrada ver a alguien sonriente porque les divierte y les cambia
el ánimo, aunque hay gente que se pone nerviosa al ver a alguien
que se ríe (por todo), sienten miedo y desconfianza. ¿Por qué soy así? Tal vez
porque mi papá me dijo un día cuando yo ya había llegado a mis veintes
que había cambiado y que ya no me reía tanto como cuando estaba pequeño. "Esa esa era una de las cosas que más me fascinaba de ti, te reías por todo y eras como una caja de música". Creo que por eso me río tanto.
Me río, también, porque es la primera reacción que tengo ante las
cosas que me gustan y me producen placer. Exploto con emoción cuando algo me hace feliz. Me río cuando te miro porque
me gustan tus ojos y la forma en que aleteas tus pestañas cuando estas frente
a mi. Me río porque me gustas y me gusta mirarte fijo y saber que por un
minuto esos ojos negros tan bonitos me miran solo a mí.
- Ayer pasé por el
Parque Santander en la noche y encontré algo muy raro: no había feria artesanal
con vendedores. No recuerdo la última vez que la veía así. En el centro de la
plaza, entre los árboles y los espacios vacíos que habían dejado los puestos de
venta de libros y chucherías, estaba la estatua de Santander y la fuente y un
montón de skaters que practicaban volteretas y saltos encima del suelo gris
claro y de los muretes del mismo color. Me dio tristeza por los vendedores que
desalojaron de allí, quienes llevarían ya por lo menos tres años ahí vendiendo
pero no dejé de sentirme conmovido por la belleza de la plaza vacía, al
descubierto. Aún así espero que Peñalosa no vuelva el Septimazo otra vez una
calle de carros.
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